Diez años después, el RDL 14/2022 ha abierto el debate sobre el ahorro de energía con tanta demagogia que ha banalizado la política energética hasta oscurecer el verdadero problema de España que es la elevada demanda energética cubierta con gas y petróleo, que no solo no se ha reducido, sino que ha disparado la inflación y el déficit comercial energético. La paradoja es que el grueso del decreto-ley es un plan de sostenibilidad económica para el sector del transporte; la energía solo aparece al final del articulado y no plantea un plan de ahorro energético sino solo medidas restrictivas para el sector público y terciario sobre calefacción, refrigeración e iluminación. El decreto–ley no es un plan de ahorro y eficiencia sino un decreto escoba; eso sí, presentado por el presidente del Gobierno sin corbata.
Ahorro de energía y eficiencia energética no son lo mismo
Las medidas que ha aprobado el Consejo Europeo, que el Gobierno de España ha trasladado al decreto, son medidas solidarias de ahorro del 15% y 7% en el consumo de gas para afrontar el corte de suministro de Rusia. Suponen una relajación en el control de las emisiones para aumentar aún más la dependencia de los combustibles fósiles. En ningún caso se ha planteado un plan de ahorro y eficiencia energética; ni siquiera el cumplimiento de las medidas que establecen las directivas europeas para reducir la demanda y la dependencia energéticas. Este planteamiento resta credibilidad a las políticas de energía y clima pues reducir la demanda requiere un plan de eficiencia energética que aún no se ha propuesto.
Mientras el ahorro de energía implica restricciones y sacrificios, como la regulación del termostato y la iluminación, la eficiencia energética consigue que podamos producir y consumir lo mismo, pero utilizando menos energía. Mientras el ahorro es una medida coyuntural, que no modifica la forma de utilizar la energía, la eficiencia energética se vincula directamente a la productividad y competitividad de la economía porque reduce las necesidades energéticas.
La Comisión Europea lo ha definido en el principio de “primero, la eficiencia energética”, que obliga a que antes de aprobar nuevas infraestructuras energéticas se han de tener en cuenta medidas alternativas de eficiencia energética y gestión de la demanda para evitar aumentar la capacidad de generación. Los recursos desde el lado de la demanda forman parte del sistema eléctrico con prioridad sobre los recursos desde el lado de la oferta. La energía más importante es la que no se produce porque no es necesario utilizarla. La eficiencia energética representa un cambio del modelo energético tradicional.
Los elevados precios de la electricidad y del gas son el principal motivo que tienen hoy los consumidores para ahorrar energía; pero no deja de ser un grave factor de desigualdad e inequidad. Demuestra que no hemos aprendido nada de la pandemia ni de los grandes beneficios que se obtendrían si se avanzara más decididamente en los recursos energéticos distribuidos, la movilidad eléctrica, la rehabilitación energética y los cambios de hábitos como instrumentos para reducir la demanda de energía. Pero eso es eficiencia.
El ahorro de energía no es pobreza sino riqueza
El ahorro energético nunca se ha valorado en España. Solo hay que ver el parque inmobiliario ineficiente en un 90%, el diseño derrochador y contaminante del transporte o el desarrollo urbano inundado de cemento y asfalto. El modelo energético centralizado necesita incrementos constantes del consumo para garantizar los ingresos suficientes. Nuestro modelo económico se ha sustentado en el derroche de energía y a nadie le ha interesado calcular la hipoteca energética de nuestros productos, bienes y servicios. Es la cultura de la energía que ha llegado hasta nuestros días.
La cultura de ahorro del agua a que obligaron las sequías no se ha trasladado al uso racional de la energía para proteger los beneficios del sector eléctrico, que no ha dudado en vaciar los embalses. La resistencia de hoy al ahorro de energía es similar a la que en su momento se produjo contra los contadores individuales de agua. Cualquier medida de ahorro y eficiencia debería partir de un análisis sociológico para evitar ser pasto de la demagogia y el populismo, como así ha sucedido, a pesar del apoyo de la ONU y de la UE a las decisiones tomadas por el gobierno de España.
Equiparar el ahorro de energía a la oscuridad, la pobreza o la tristeza, poniendo las restricciones al consumo energético a la altura de un gobierno autoritario, es elevar la mediocridad y la ignorancia al nivel de verdad incontestable y agitar el odio contra la acción climática. Esta insolidaridad es el discurso del negacionismo climático de la derecha antieuropea y un respaldo a la agresión de Rusia a Ucrania.
La falta de hielo y la falta de gas han provocado la misma reacción especulativa: se ha disparado la demanda de cubitos de hielo y la dependencia energética de las importaciones de gas, incluso de Rusia. Resucitar ahora la nuclear o el carbón son los otros argumentos de la cultura irracional de la energía cuando la economía, la tecnología y la seguridad del planeta han demostrado que son las fuentes más caras, obsoletas y peligrosas.
Por el contrario, la eficiencia es el sentido común de la energía y no un factor ideológico en el sentido en que lo utilizan la oposición política y los especuladores, porque sus beneficios para la renta nacional y la renta disponible se cuantifican en la reducción de la inflación, la dependencia energética, el déficit comercial, las emisiones y la mayor autosuficiencia energética del país.
El error es incluir el ahorro y la eficiencia energética en un decreto escoba
Si la eficiencia energética, como ha definido la Comisión Europea, ha de considerarse una fuente de energía por derecho propio, participando en el sistema energético en igualdad de condiciones con el resto de fuentes, el RDL 14/2022 queda muy lejos de esa consideración.
La sostenibilidad económica del transporte terrestre, aéreo y marítimo y las becas de estudio ocupan la mayor parte de los treinta y cuatro artículos del decreto. De los seis artículos dedicados a ahorro y eficiencia solo cuatro pueden considerarse como tales: la modificación del Reglamento de Instalaciones Térmicas en Edificios (RITE) para rebajar las temperaturas de la calefacción (19º) y refrigeración (27º), la agilización de la contratación de actuaciones de eficiencia energética en los edificios públicos, la modificación del RD 244/2019 para facilitar la activación de las instalaciones de autoconsumo y la incorporación del almacenamiento en las instalaciones renovables con retribución específica. Otras dos medidas, como acelerar la tramitación de redes eléctricas o el procedimiento para inyectar a la red de gasoductos la producción de gases renovables no son medidas de eficiencia sino para aumentar las infraestructuras energéticas y los costes del sistema que pagarán los consumidores sin análisis de demanda ni ambiental.
Calificar el decreto de plan de ahorro y eficiencia es oportunista. Igualmente, los recursos anunciados contra este decreto–ley resultan surrealistas. Es un recetario de urgencia sin hilo conductor que permita considerarlo un plan. Para ello hubiera sido imprescindible el desarrollo completo del RD 244/2019, que mantiene graves limitaciones al autoconsumo, el desarrollo del RDL 23/2020, para regular el almacenamiento, las comunidades energéticas y la agregación de la demanda o el Código Técnico de la Edificación, pendiente de la trasposición completa de la directiva de eficiencia energética de edificios de 2018.
La necesidad de una ley de eficiencia energética
Un plan de ahorro y eficiencia energética debería contar, en primer lugar, con una ley de eficiencia energética, que incorpore al ordenamiento jurídico los instrumentos de eficiencia energética aún no desarrollados de las directivas europeas de renovables, eficiencia energética de edificios y mercado interior de la electricidad; en segundo lugar, una ley de rehabilitación energética y movilidad eléctrica.
En tercer lugar, para que al consumidor final le salga a cuenta invertir en ahorro y eficiencia energética será imprescindible modificar la conformación de precios del mercado mayorista para que los recursos energéticos desde el lado de la demanda, como la eficiencia energética, participen en el mercado eléctrico en igualdad de condiciones. El modelo energético tradicional no puede ser la solución a los fracasos que él mismo ha producido.