«Hace unos días el presidente de la Asociación Empresarial Eólica decía que, en cuestión de dos años, el sistema eléctrico no podrá integrar toda la energía renovable que se produzca. A algunos les sorprendería tal afirmación, pero a mí lo que me sorprende es que solo nos demos cuenta del problema cuando ya está a la vista, teniendo en cuenta que informes como Renovables 100%, La batalla de las redes y Energía 3.0, publicados por Greenpeace hace más de una década, ya lo advertían. Esta tozudez para reconocer los hechos hasta que los tenemos encima me recuerda a lo del cambio climático, que viene siendo alertado por la comunidad científica oficialmente desde la publicación del primer informe del IPCC en 1990 y, sin embargo, tuvieron que pasar tres décadas para que los Gobiernos empezasen a adoptar declaraciones de emergencia climática.
Que necesitamos ampliar la producción de energía renovable está fuera de toda discusión, por el imperativo de hacer todo lo posible para evitar un calentamiento global que sobrepase el peligroso límite de 1,5 ºC. De todo lo que hay que hacer para lograrlo, precisamente la producción de electricidad con renovables para desplazar a los combustibles fósiles es lo más fácil. Y, además, es lo más favorable desde el punto de vista económico, porque ya hoy las renovables producen la energía más barata y la tendencia diferencial respecto a las energías de origen fósil y nuclear no hace sino aumentar. Por todo ello es necesario (que no suficiente) avanzar sin detenerse hacia un sistema 100% renovable. Pero que sea lo más fácil no quiere decir que no tenga dificultades.
Lo que se ha venido haciendo, aplicando una simple lógica de mercado, ha sido dejar que quien quiera invertir en renovables lo haga; lógicamente, los inversores se han lanzado a invertir en lo más barato y rentable: parques eólicos y solares fotovoltaicos. Sin entrar aquí a discutir la problemática más visible, que es la selección de los espacios apropiados para esa implantación, los efectos de esa dinámica ya han provocado un cambio en la cobertura de la demanda eléctrica en España: las horas centrales del día, antiguamente las más caras por concentrar la mayor demanda, son ahora las más baratas en los días soleados (la mayoría), porque es entonces cuando la energía solar funciona a máximo rendimiento.
Sin embargo, esa ruta de fotovoltaica más eólica, si bien aparenta ser la más rápida y barata, no necesariamente es la que nos lleva al destino de un sistema 100% renovable por sí sola. De hecho, si seguimos por este camino, habrá cada vez más horas en las que sobre energía renovable (dificultando la recuperación de las inversiones) que no evitarán que a otras horas falte. Es lógico, por economía, que estas tecnologías sean las que más cantidad de energía vayan a aportar, pero un 100% renovable necesita otros elementos que no hay que esperar al último día para aplicar. Y el principal de ellos es la flexibilidad.
Un sistema que tienda a ser 100% renovable, como ya demostramos, necesita sobre todo ser flexible. Y no es que lo diga Greenpeace: esto lo sabe perfectamente Red Eléctrica, lo saben las eléctricas, lo sabe el Ministerio… pero nadie se ocupa de aumentar la flexibilidad.
Hay muchas opciones para dar flexibilidad al sistema eléctrico. La más conocida es la gestión de la generación hidroeléctrica, la tecnología más fácil de accionar e interrumpir a demanda. El agua es el complemento gestionable más sencillo a la generación variable del viento y el sol. Y no solo se puede almacenar, sino bombear en embalses reversibles para aprovechar excedentes. Tenemos un sistema sobredotado de capacidad hidráulica, pero se está desperdiciando para producir electricidad a mínimo coste para maximizar el beneficio de las compañías eléctricas. Una aberración en un país escaso de agua disponible y que tendrá menos aún por el cambio climático.
La respuesta del Gobierno español a la consulta de la Comisión Europea sobre la reforma del mercado eléctrico propone establecer un precio fijo a la generación hidroeléctrica para evitar que se lleve unos beneficios caídos del cielo que ni se merece ni necesita. Eso solucionaría el problema económico, pero no el del mal uso de esa energía. La operación de las centrales hidroeléctricas debería estar a disposición del operador del sistema para funcionar solo cuando sea necesario para ajustar la generación eléctrica a la demanda, complementando así las energías renovables variables.
Como nuestros ríos ya no admiten más embalses (ni habrá agua para llenarlos), la hidroeléctrica existente debería complementarse con otras tecnologías renovables también gestionables, como geotérmica, energía marina y, sobre todo, termosolar. La termosolar no solo sirve para producir energía térmica y eléctrica cuando hay sol, sino que tiene la gran ventaja de poder almacenar el calor para convertirlo en electricidad cuando esta se necesita, por ejemplo, en el pico de demanda nocturna, cuando ya no hay sol. Es increíble que el país que tiene más horas de sol de Europa y toda la tecnología [la termosolar] “made in Spain” no la aproveche a gran escala por fallos regulatorios o por el escaso interés de las grandes eléctricas que prefieren ir siempre a la ganancia fácil.
Otra forma sencilla de evitar el desperdicio de generación renovable variable es eliminar aquellas centrales que no se pueden adaptar a esa variabilidad, pero que ocupan una parte significativa de la curva de generación bajo el caduco esquema de la generación “en base”, o sea, que produce sin importarle cuánto ni cuándo se necesita. El caso más significativo en España es el de las nucleares, que deberían adelantar su calendario de cierre (si hubiera un Gobierno con capacidad de sobreponerse a las presión de las eléctricas) para ir cediendo esa capacidad a la nueva generación renovable que se añada.
Incluso la generación eólica y fotovoltaica puede llegar a ser gestionable, si se le incorporan soluciones de almacenamiento como baterías. En cualquier caso, el papel principal del almacenamiento en baterías estará en el lado de la demanda, guardando energía en las horas de menor precio para tenerla disponible en las horas de escasez o mayor precio. Probablemente estemos a punto de asistir a un bum de esta tecnología similar al experimentado por otras tecnologías energéticas como la iluminación LED o la generación eólica y fotovoltaica. Aún así, las baterías todavía tendrán que solucionar el cuello de botella del uso de minerales críticos o escasos y, por eso, su despliegue se debería concentrar en las aplicaciones que puedan dar más servicios por un mismo dispositivo, como los vehículos elećtricos, que deberían poner la capacidad de carga y descarga de sus baterías al servicio del sistema eléctrico cuando no están circulando.
Esto sería un ejemplo de gestión de la demanda, que es el conjunto de herramientas con mayor potencial para dotar de flexibilidad al sistema, lo que incluye todas las actuaciones para cambiar el momento o la cantidad de energía consumida, con el fin de aprovechar mejor la energía renovable disponible en cada momento y evitar gasto energético inútil o ineficiente. Y parte se consigue gracias a la electrificación, de manera que la electricidad renovable “sobrante” se puede aprovechar para cargar una batería y mover un vehículo, accionar una bomba de calor para calentar o enfriar un edificio, etc. Acciones que, además de ser más eficientes (menos energía consumida para el mismo servicio) sustituyen al uso directo de combustible fósil. Es ahí, en el lado de la demanda, especialmente de forma agregada y colectiva, donde la ciudadanía puede ejercer toda su capacidad para darle la vuelta al sistema. La regulación del sistema eléctrico debe activar este potencial, dando las señales adecuadas para que la gestión de la demanda se remunere y pueda materializar toda su capacidad de ahorro, eficiencia e integración de renovables.
¿Y el hidrógeno? Bueno, hablamos de herramientas factibles ya hoy en día. Posiblemente habrá un papel para el hidrógeno, pero solo cuando y donde no haya otras soluciones más eficientes y asequibles.
En cualquier caso, la pregunta que debemos plantearnos es qué hay que hacer para activar las soluciones de flexibilidad disponibles para que la transición energética se complete y no se quede atascada o desviada de su objetivo. La clave está en una adecuada planificación y regulación. Las oportunidades más inmediatas están en la revisión este año del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima y en la reforma del mercado eléctrico que se está discutiendo en la Unión Europea.
Las principales barreras no son técnicas, son de voluntad política. No permitamos que las únicas voces que se escuchen sean las de siempre».
Este es un artículo de José Luis García Ortega, responsable del área de Clima, Energía y Movilidad de Greenpeace