El sector energético ha experimentado un cambio espectacular en la última década que ha modificado la manera en la que entendemos y gestionamos la energía. El carácter distribuido de las renovables, un atributo que muchos defendíamos con firmeza en el pasado, ha provocado un cambio de paradigma en el presente. Ahora, los consumidores, que tradicionalmente éramos receptores pasivos de la energía, hemos pasado a ser protagonistas. Este cambio no es sólo una revolución técnica, sino también una oportunidad para transformar nuestra matriz energética. Una palanca poderosa que, si se maneja con acierto, puede ayudarnos a alcanzar un modelo más limpio, más eficiente y más sostenible.
El papel del autoconsumo
En este contexto, el autoconsumo fotovoltaico ha desempeñado un papel fundamental. En apenas cinco años, España ha incorporado cerca de 8 GW de capacidad instalada. Esto equivale a más del 3,5% de la demanda eléctrica del país, pero su impacto va mucho más allá de las cifras. El autoconsumo empieza también a desplazar consumos fósiles. Cada vez que un vehículo eléctrico sustituye a uno de combustión, o que una bomba de calor reemplaza a una caldera de gas, más del 56% de su electricidad proviene de fuentes renovables, según los datos de 2024. Este porcentaje aumenta al 76% si incluimos la electricidad descarbonizada generada por la energía nuclear. Y, si ese vehículo eléctrico o esa bomba de calor se alimentan de la energía generada en un hogar con autoconsumo, las cifras son aún más altas. La electrificación, especialmente cuando está vinculada al autoconsumo, representa un paso hacia un modelo energético más limpio, más distribuido… y más barato.
Sin embargo, el cambio no puede detenerse aquí. El sector renovable tiene todavía mucho camino por recorrer. Las grandes empresas y sus intereses a menudo nos presentan una elección ficticia: electrificación o combustibles renovables. Pero esta dicotomía es falsa. No debemos elegir entre una y otra; necesitamos emplear todas las herramientas a nuestra disposición para lograr un cambio efectivo y significativo en nuestro modelo energético. Los biocarburantes, por ejemplo, son fundamentales para descarbonizar un parque automovilístico que, por el momento, no se está electrificando al ritmo necesario. Aunque el objetivo para 2030 es alcanzar los 5,5 millones de vehículos eléctricos en España, actualmente apenas hemos llegado a las 500.000 unidades. Esto significa que, en los próximos seis años, deberíamos multiplicar por once la cantidad actual, a todas luces inalcanzable. Pero ¿qué hacemos con los más de 34 millones de vehículos, incluyendo unos 25 millones de coches, que siguen circulando por nuestras carreteras? Aquí es donde los biocarburantes pueden desempeñar un papel clave. No se trata de elegir entre biocarburantes y electrificación. Necesitamos ambas soluciones, hoy más que nunca, para que el cambio que deseamos sea una realidad.
Los pasos que vendrán
Mirando hacia el futuro, los gases renovables se perfilan como uno de los grandes protagonistas de la próxima década. Tanto el biogás como el biometano serán esenciales para descarbonizar el sector gasista y los procesos industriales que dependen de él. Aunque el hidrógeno renovable será clave en el largo plazo, en el corto y medio plazo debemos priorizar soluciones más inmediatas, como la producción y uso del biometano. Este gas renovable puede aprovechar las infraestructuras existentes de transporte y distribución, incorporándose gradualmente, en porcentajes cada vez mayores, en los procesos industriales que hoy dependen únicamente del gas natural. El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) establece un objetivo de 20 TWh de biometano para 2030. Aunque esta cifra duplica la meta previa, representa sólo algo más del 6% del consumo anual de gas en España, una ambición que, comparada con los avances de otros países, parece modesta. Si queremos acelerar el cambio, debemos elevar nuestras aspiraciones.
Todo este movimiento en torno a las energías renovables también tiene un impacto directo en nuestra economía. En 2022, España gastó más de 90.000 millones de euros en importaciones energéticas. En 2023, aunque la cifra disminuyó hasta los 63.000 millones, sigue siendo una carga significativa para nuestra balanza comercial y nuestra independencia energética. Esta dependencia de fuentes externas de energía nos hace vulnerables a crisis internacionales. No podemos esperar a la próxima crisis energética para lamentarnos nuevamente. Es imperativo trabajar desde hoy para reducir esta dependencia, invirtiendo en tecnologías renovables y en un sistema energético más robusto y resiliente.
El cambio es inevitable. En el sector energético, abrazar el cambio no es una opción, es una necesidad. Desde la revolución del autoconsumo hasta el auge de los gases renovables, pasando por la electrificación y el uso estratégico de biocarburantes, cada paso cuenta. Y cada avance nos acerca a un modelo energético más limpio, más justo y más eficiente. La clave está en no quedarnos quietos. En mirar al futuro con ambición, aprendiendo del pasado y actuando en el presente. Solo así lograremos que el cambio que tanto necesitamos se haga realidad.
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