Trump, baladrón en el Golfo de México, con el brazo en alto del niño del Tesla, y el desembarco en Groenlandia, y la "riviera" en Gaza, y los aranceles de hoy-sí-pero-no-mañana (y mañana-sí-pero-ya-veremos), con las tierras raras-raras de Ucrania... El sheriff Donald se cree que esto es Hollywood y que todo el monte es orégano.
Pero no. Eso ya se acabó. Hace tiempo. Se acabó hace tiempo y hasta él lo sabe (seguramente), de ahí (seguramente) tanta baladronada.
Para que suene muy-muy alta la música. Para que haya mucho-mucho ruido en el aire. Para que nadie-nadie entienda la letra. Entienda nada.
Pero la letra es la que es. Y los números son los que son.
Nueve de los 10 mayores fabricantes de placas solares del mundo son asiáticos. Y a estas alturas de la película ya sabe todo el planeta que el futuro se escribe con F de fotovoltaica. Según la Agencia Internacional de las Energías Renovables, la demanda eléctrica va a crecer en todo el mundo en el próximo trienio (25, 26, 27) a razón de un 4%, “el crecimiento más rápido de los últimos años”, dice la Agencia. Y la mitad de toda esa demanda nueva –añade– va a ser atendida por una sola tecnología: la solar fotovoltaica, esa tecnología en la que no pintan nada ni el sheriff que quiere un canal en Panamá, ni su caballito Tesla, por mucho ruido que hagan.
Diez de los 15 mayores fabricantes de turbinas eólicas del mundo son asiáticos. Solo uno de los 15 primeros... norteamericano. O sea, que la fábrica está donde está, y que va a seguir estando en China por mucho arancel que quiera poner, en todas direcciones, el señor de los morritos, que puede sacarse de la chistera (cruel) una costa dorada en Gaza, pero que no va a poder inventarse de hoy para mañana un montón de fábricas en Kansas para atender la demanda, brutal, que viene de energía limpia.
Estados Unidos está perdiendo la guerra de las renovables (lleva años perdiéndola). Y ahora también el norte. Con aranceles sin sentido y tambores de guerra. Mediática y comercial (o comercial y mediática). Contra todo y contra todos (México, China, Canadá, la UE). Guerra arancelaria que no va a ninguna parte. Como las sanciones europeas al metano de Putin (la economía rusa ha crecido en 2024 más que ninguna economía occidental). No, los aranceles de Trump no van a ninguna parte. ¿Sabe por cierto el sheriff que los BRICS –casi la mitad de la población mundial– ya suman el 35% del PIB global, o todavía no se ha enterado?
Sí, Estados Unidos va perdiendo. Y sí, Europa también. La gran guerra. La energética. Bruselas, al menos, con su Pacto Verde en 2020 y con el Pacto UE por una Industria Limpia (que acaba de lanzar), ha querido reconducir la deriva. El Green Deal fijó objetivos ambiciosos energético-climáticos y dio un cierto brillo y esplendor; pero, a este segundo Pacto, con el que la Comisión Europea quiere impulsar la inversión de hasta 100.000 millones de euros en tecnologías limpias, le ha salido de repente un Trump. Enorme. De 800.000 millones de euros, que eso es lo que Von der Leyen quiere inyectar a lo que llama Defensa de Europa. ¿Cuál es el objetivo?
¿Construimos la paz con soberanía industrial-energética (eólica y solar) e intercambios comerciales conscientes (que tengan sentido) y con ciencia (climática)? ¿O construimos un mundo de trincheras con el brazo en alto del niño del Tesla, ese que anteayer pidió el voto en Alemania para la ultraderecha?
¿Construimos con vientos de paz, y a la luz de la ciencia, esa que dice que el mayor desafío al que se enfrenta hoy la humanidad es el cambio climático... o construimos con aranceles, mensajes de odio en las redeX y armas a razón de 8 por uno: 100.000 millones de euros para la industria de las tecnologías limpias; 800.000... para la guerra?
Antonio Barrero F.