Tomás Díaz
Director de Comunicación de la Asociación de la Industria Fotovoltaica (ASIF)
tdiaz@asif.org
El desarrollo de las energías renovables implica adoptar un modelo de generación distribuida, en el que muchos pequeños puntos de producción abastecen a los muchos puntos de consumo, y desplazar el modelo centralizado actual, en el que un único punto de producción –como una central nuclear o térmica– abastece a los muchos puntos de consumo. Pues bien, ahora, con la súbita irrupción de la fotovoltaica, el avance hacia ese modelo distribuido adquiere una mayor dimensión y complejidad.
Cierto es que el despliegue eólico ya lleva varios años cambiando la gestión del sistema eléctrico para adaptarlo al modelo distribuido, pero, según los últimos datos de la CNE, el año 2007 terminó con sólo 547 parques eólicos, mientas que las plantas fotovoltaicas alcanzaron la cifra de 16.056. De hecho, un 85% de todas las instalaciones eléctricas de régimen especial son fotovoltaicas, y más de 10.000 se han incorporado en los últimos dos años.
Por otro lado, los parques eólicos se conectan a las redes de alta tensión, gestionadas por REE, mientras que las plantas fotovoltaicas se conectan a las redes de media y baja tensión (aunque REE tiene peticiones por casi 1.000 MW fotovoltaicos, sólo se ha depositado el aval correspondiente para 70 MW), que gestionan las compañías distribuidoras.
Para las tradicionales funciones y modus operandi de las distribuidoras, un incremento tan brutal de instalaciones es un desafío tremendo, que, a la vista de las cifras, están abordando de frente, máxime si tenemos en cuenta que las redes de distribución están diseñadas para satisfacer la demanda, y no para absorber la nueva producción atomizada; además, sufren un importante déficit por la escasa rentabilidad de su regulado segmento del negocio eléctrico.
Adicionalmente, aunque la implantación del modelo distribuido tiene grandes ventajas, como incrementar la eficiencia de la red, también conlleva una complejidad técnica superior, debiendo mantener las salvaguardias y criterios que garantizan la seguridad y la fiabilidad del suministro.
Por consiguiente, para avanzar en el modelo distribuido –más allá de la actual avalancha solar, que terminará en unos meses– es preciso superar los desafíos que están encima de la mesa, como los flujos de carga, los sistemas de protección, la telemedida, la capacidad de evacuación, la planificación, el refuerzo y la ampliación de las infraestructuras de media tensión…, porque no hay marcha atrás. REE lo ha comprendido perfectamente y ya está realizando estudios del comportamiento del sistema con escenarios de alta penetración eólica y fotovoltaica simultáneamente.
Y no cabe duda de que el mejor modo de avanzar –y profundizar, cuando se eliminen las barreras administrativas que materialmente impiden la microgeneración en el ámbito residencial– es coordinar a las tres partes implicadas, Administración, generadores y gestores de las redes, en los niveles de actuación que corresponda.
La solución no es nueva. La eólica está superando con ella el gran reto de los huecos de tensión, Aragón la señaló con el Plan Perea, y otras comunidades autónomas, como Andalucía y Castilla La Mancha, la están aplicando. Para desatascar los cuellos de botella y permitir que las tecnologías renovables sigan incrementando su cuota de electricidad autóctona, limpia e inagotable, no hay nada como sentarse alrededor de una buena Mesa.