Tengo un hijo de siete años. Me paso el día insistiéndole en que tiene que separar la basura en sus correspondientes cubitos, en que debe cerrar los grifos cuando no necesite agua y en que debe apagar las luces cuando salga de las habitaciones. Es demasiado pequeño para explicarle que no tengo por qué pagar más de lo necesario a las empresas suministradoras y prestadoras de los servicios, pero no para que le vaya inculcando civismo y respeto por los demás y por el medio ambiente, que viene a ser lo mismo.
Sin embargo, veo que voy a tener que cambiar mi comportamiento. Nuestro insigne ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, acaba de criticar la Directiva de Ahorro y Eficiencia Energética (Directiva 2012/27/UE) porque, a su juicio, impone “una carga desproporcionada” para España, al imponernos un ahorro energético del 26,4% a 2020.
Es decir, el ministro que debería velar por los intereses del conjunto de los españoles considera que el ahorro es malo para nosotros, que es mejor que dejemos las luces encendidas. Podría entenderlo si la energía fuera gratis, segura, limpia y autóctona, pero me parece que ese no es el caso.
Que yo sepa, nuestra dependencia energética supera el 70% –y ahí se incluye la nuclear, cuyo combustible nos enriquecen en el extranjero–, y la factura de las importaciones este año, a pesar de la bajada del precio del crudo, rondará los 30.000 millones de euros. Además, resulta que el 85% es de origen fósil y emite CO2, el principal responsable del efecto invernadero. Y de los accidentes, mejor no hablar.
Sin embargo, está claro que el ministro sabe más que yo –por algo tiene una Cartera– y que debería replantearme mi comportamiento como padre. Eso sí, tengo una zozobra tremenda, porque ¿cómo me las agencio para que mi hijo no me considere un completo imbécil cuando le insista en que debe dejar las luces encendidas? ¿Y cómo le llamo la atención si tira la basura por la ventana?