La última edición del Rally Dakar contó con una importante novedad: la participación de un vehículo ciento por ciento eléctrico. La empresa que impulsó el proyecto, Acciona, como no podía ser menos, lo anunció a bombo y platillo y llenó páginas y páginas de publicidad anunciándolo, ligando, una vez más, su imagen corporativa a la sostenibilidad. No ha trascendido el monto de la inversión que le exigió la iniciativa, pero seguro que ha sido rentable en términos de imagen, y no sólo para la compañía, sino también para la propia diseminación del concepto de sostenibilidad en la población, algo muy necesario.
Sin embargo, en cuanto comenzó la carrera más dura del mundo, los focos mediáticos se centraron en los avatares de los vehículos tradicionales, sin que llegaran noticias de las vicisitudes del Acciona 100% Ecopowered, nombre del vehículo en cuestión. La mayoría de los españoles sabe que la carrera, en la categoría de motos, la ganó un compatriota, Marc Coma, por segundo año consecutivo, pero prácticamente nadie sabe qué ocurrió con el coche de Acciona. Así pues, ¿qué sucedió?
La pregunta podría responderse indicando, por la vía rápida, que tuvo que abandonar a la mitad del tercer día –la dureza de las etapas iniciales hizo que en la segunda jornada hubiera tirado la toalla más de un tercio de los coches–, pero con ello no se haría honor al proyecto, que afrontaba dos retos adicionales al de la propia carrera: el tecnológico y el logístico.
Respecto al tecnológico, probar un tecnología nueva en condiciones extremas, se superó con creces. El Acciona, que competía en una categoría especial, denominada Challenge NRJ-Energías Alternativas, tuvo un rendimiento similar al de los vehículos de combustible fósil; únicamente se vio penalizado por el peso de las baterías eléctricas, porque un coche normal es más ligero según se vacía el depósito de carburante.
Y respecto al logístico, también se aprobó sobresalientemente, y era lo más difícil. El Acciona tiene una autonomía ligeramente superior a los 300 kilómetros –como una moto– y ello exigía disponer de dos camiones-electrolineras que estuvieran listos para cambiar las baterías cuando el vehículo llegara a los lugares escogidos. Había que hacerlo tres veces al día y esto fue lo más complejo y lo que más penalizó, porque se tarda casi una hora y media en sustituir las pilas gastadas por otras nuevas.
Ahora bien, ninguno de esos dos retos adicionales fue responsable del abandono del vehículo. Según el piloto, Albert Bosch, famoso aventurero, la responsabilidad hay que buscarla en “problemas mecánicos propios de haber torturado demasiado el coche en algunos incidentes propios de una carrera tan exigente”. Tampoco el equipo que hubo que desplazar allí fue muy superior al que habitualmente arropa a los competidores: cuatro personas más que uno convencional, al cargo de los camiones-electrolineras.
En estos momentos, el Acciona cruza el Atlántico en barco, rumbo a España, y la empresa aún no ha decidido que va a hacer con él tras repararlo. Ojalá lo veamos correr otra vez en el Dakar y en otras competiciones, con un despliegue publicitario similar. Si fuera por Bosch, no habría duda: “Me preguntan cuándo volveré al Dakar. Y yo contesto que no sé si volveré, pero sí sé que ya nunca volveré en un coche de combustión. Igual soy un burro, igual soy un iluso, o igual realmente estoy como un cencerro, pero cuando hablo de compromiso con las energías limpias y un futuro más sostenible, no lo hago por marketing… Lo hago porque me lo creo y quiero ser coherente y sincero con mis pensamientos y propósitos”.