Tomás Díaz
Director de Comunicación de la Asociación de la Industria Fotovoltaica (ASIF)
tdiaz@asif.org
Cuando en marzo de 2005 Goldman Sachs vaticinó que el petróleo iba a alcanzar los 100 dólares por barril –en aquel momento acababa de superar los 50 dólares– muchos analistas, recordando las crisis de los años 70, consideraron que ello acarrearía un alza generalizada de precios, paro, retracción del consumo y crisis económica, de la que únicamente se salvarían los países exportadores de crudo.
Sin embargo no ha ocurrido así. Mientras que el petróleo ha seguido subiendo hasta alcanzar en enero esos 100 dólares, la economía global ha crecido durante 2007 más de de un 5% anual por cuarto año consecutivo, marcando el período de mayor crecimiento desde los años 60. En contra de los augurios, los problemas no han aparecido hasta que se ha superado el umbral de los 100 dólares.
La razón principal del escaso impacto de los 100 dólares, dicen los expertos, hay que buscarla en el incremento de la productividad (sobre todo de las economías asiáticas, cuyas exportaciones baratas han compensado el incremento del precio de la energía), aunque también hay otras razones, como la gradualidad de la subida (en los años 70 se trató de una multiplicación repentina provocada por la Guerra de Yom Kippur), la mayor diversificación de fuentes, la mayor eficiencia, la coincidencia con un ciclo económico expansivo de gran inversión…
En resumidas cuentas, los expertos dicen que ahora dependemos menos del crudo que en los años 70 y que hemos experimentado una revolución tecnológica y una globalización que nos han protegido durante el ascenso a los 100 dólares. Pero sólo hasta ahora. Ya se han superado los niveles de precios de los años 70 –ajustando la inflación, en moneda corriente, la equivalencia de los 100 dólares llegó en la primavera de 1980– y, al contrario de lo que pasó hace 28 años, el petróleo tiende a subir.
En el momento de escribir estas líneas, el barril acaba de llegar a 135 dólares y todos los periódicos hablan de ello: se analiza otro informe de Goldman Sachs donde se lee que los 200 dólares se van a alcanzar “entre seis meses y dos años”, se echa un vistazo a los mercados de futuros norteamericanos –apuestan por los 141 dólares de media durante el segundo semestre–, y se recogen opiniones acreditadas, como esa que recuerda que los ciclos alcistas de las materias primas siempre han durado más de 15 años y, por lo tanto, ve factible el oro negro a 500 dólares durante la próxima década.
Francamente, da escalofríos reflexionar sobre la naturalidad con que se manejan esas cifras, porque según estimaciones de la propia industria petrolera, por cada 10 dólares que sube el crudo, el PIB mundial deja de crecer entre un 0,15% y un 0,3%.
Si el crudo a 100 dólares es una bendición para que la estructura económica se torne sostenible, porque ya es suficiente para azuzar la inversión en renovables y en ahorro y eficiencia, por encima de ese precio afecta a la inflación y provoca el paro, la retracción del consumo y la crisis económica –prioridades de cualquier agenda política y social decente– que se anunciaron cuando estaba a 50 dólares.
Muchos recuerdan que en España el choque petrolero de los años 70 –y la suicida política del final del franquismo de no trasladarlo a los consumidores– provocó una inflación que llegó al 24,5% en 1977. Y si bien es cierto que la depreciación del dólar frente al euro mitiga casi la mitad del actual impacto del precio del crudo, ya rondamos el 4,5% de inflación.
La estrategia a largo plazo hacia una economía sostenible asume que cuanto más caro esté el petróleo, más competitivas son las renovables y más rentable es la eficiencia, pero la táctica a corto plazo no está tan clara; las decisiones políticas de horizonte estrecho, responsables de la táctica, pueden impulsar medidas funestas para la estrategia.
Con el petróleo por encima de 100 dólares, los críticos de las renovables, que se ven amenazados por su desarrollo o que cierran los ojos ante sus externalidades positivas y las consideran caras e inflacionistas, se hacen oír mucho mejor. Confiemos en que sus cantos, auténticas endechas, caigan en oídos sordos.