Desde hace muchos meses, es raro abrir el BOE –es decir, consultarlo por Internet– y no tropezarse con el concurso de acreedores de una empresa del sector eléctrico, la mayoría instaladoras e ingenierías, pero también fabricantes, distribuidoras, promotoras… Con frecuencia, se trata de una firma del sector renovable que ya no aguanta más; la moratoria, la desconfianza causada por la inseguridad jurídica, la imposibilidad de cobrar deudas y de refinanciarse, etcétera, le abocan a la insolvencia.
Según los datos del INE, el 15,3% de todas las empresas que desaparecieron el año pasado pertenecían a la industria y la energía. Por delante sólo estuvieron la construcción –era predecible– con un 24%, y el comercio, cuyo 20,6% refleja todos esos locales cerrados en nuestras calles desangeladas.
La desaparición de la industria sigue una tendencia que ya se puede considerar histórica, puesto que si en la década de 1970 representaba el 30% del PIB, ahora apenas llega al 15%. Y no hace otra cosa que empeorar: sólo en 2012 cayó un 6% y ya acumula un desplome del 30% desde 2007.
El despliegue de las renovables planteaba la oportunidad de invertir la tendencia, y en algunos sectores, como el eólico, el resultado sigue siendo aceptable, a pesar de la política de acoso y derribo del Gobierno y las empresas eléctricas. En otros, como el fotovoltaico, los desmanes regulatorios y la coyuntura internacional han arrasado la buena industria que teníamos.
Hace un par de años, la industria fotovoltaica nacional todavía podía presumir de ser la cuarta o la quinta del mundo, de ser capaz de producir todos los elementos de la cadena de valor de la tecnología, desde el silicio hasta el módulo, y de sobrevivir gracias a la exportación, pues su mercado local natural estaba bajo mínimos desde 2008.
Muy poco de eso queda ya. La sobrecapacidad global de fabricación de paneles solares –la oferta duplica la demanda– está provocando una purga general a nivel planetario: según la consultora IHS, si en 2010 había unos 750 fabricantes, el año pasado esa cifra había bajado a 500 y a finales de este 2013 sólo aguantarán unos 150.
La situación afecta tanto a los fabricantes pequeños, que no pueden competir en precio con los grandes, como a los grandes, que tienen ociosas sus flamantes instalaciones demasiado tiempo para ser rentables. Se prevé que la situación mejore a partir del año que viene, porque la demanda va a crecer en Asia, América y África, y de un modo mucho estable que hasta ahora, pues las ayudas no son necesarias en muchas latitudes.
¿Seremos un páramo industrial fotovoltaico? No. Hay actividades que se han perdido, como la depuración de silicio, pero otras, como la fabricación de inversores y electrónica de potencia, están creciendo con firmeza y tienen tecnología punta. Además de la actividad en el extranjero, en España hay futuro con el autoconsumo y la generación distribuida; una regulación adecuada podría mantener los poquitos fabricantes de paneles que aún resisten e, incluso, generar nuevas oportunidades a medio plazo. Eso sí, la posibilidad de ser líderes mundiales ha desaparecido.
