Las energías renovables, en virtud del mecanismo de formación de precios del Mercado de Electricidad o pool, bajan el precio de la luz. Ofertan su generación a precio cero, como la hidráulica y la nuclear, y reducen el precio de casación final que cobran todas las tecnologías. Deloitte calcula que ese importe rondó los 3.700 millones en 2007 y casi 5.000 millones tanto en 2008 como en 2009. REE, por su parte, considera que el impacto de la entrada de renovables sobre los costes de generación “como el posible descenso de precios del pool […] o la menor gestionabilidad […] en buena medida se contrarrestan en un equilibrio de largo plazo”, tal y como recoge el Boletín Oficial de Estado del 24 de noviembre de 2009.
El fenómeno forma parte del arsenal de argumentos de los defensores de las energías limpias, pero la realidad es que ese efecto no se repercute en el recibo que pagamos los 20 millones de consumidores acogidos a la Tarifa de Último Recurso (TUR), o, siendo benevolente, sólo de un modo indirecto.
La Comisión Nacional de Energía (CNE), considera que el sistema eléctrico está sometido a una regulación “de enorme complejidad y difícil comprensión”. Se trata de una valoración muy sobria para una enmarañada montaña de normas en jerga jurídico-sectorial –el abracadabra de los tarifólogos– que propicia un sistema cuajado de paradojas y abusos. La CNE y la Comisión Nacional de Competencia denuncian la situación a gritos, pero el Gobierno no les escucha.
La TUR no guarda relación directa con el pool. El precio de la TUR es la suma de los costes fijos del sistema eléctrico –la llamada tarifa de acceso, en la que las redes y las primas a las renovables son los principales conceptos– y el resultado de unas subastas de electricidad trimestrales denominadas CESUR.
Las CESUR se supone que toman como referencia el precio del pool, pero la realidad es que son manipuladas gracias a las expectativas de precios que los intermediarios financieros se fabrican a sí mismos en los mercados de futuros. La CNE considera que las CESUR son “inflacionistas”; la prensa, más atrevida, afirma que la manipulación nos ha costado, sólo entre julio de 2009 y septiembre de 2010, más de 700 millones de euros, y recuerda que el precio de las CESUR ha llegado a ser hasta un 80% mayor que el precio del pool.
Con independencia de lo escandaloso del asunto, si la TUR no guarda relación con el pool, los consumidores acogidos a ella no experimentamos el abaratamiento de la electricidad que causan las renovables. Todos ganamos las externalidades positivas de las energías verdes –empleo, ahorro de emisiones, menor dependencia energética, fijación de población rural, etcétera–, y todos pagamos las primas, porque se cargan en la tarifa de acceso incluida en la TUR, pero a la inmensa mayoría de los hogares no nos bajan la luz.
Los que sí se benefician del abaratamiento renovable son los nueve millones de consumidores que están fuera de la TUR, porque consumen más de 10 kW o por propia voluntad, y se abastecen gracias a una comercializadora que compra en el pool. Entre ellos están muchas de esas empresas que se quejan amargamente de las crecientes primas, porque también las pagan en la tarifa de acceso y, según ellas, incrementan sus costes energéticos hasta el punto de condenarlas al cierre o la deslocalización.