En el sector renovable en general, y en el fotovoltaico en particular, hay gente que siente que se le podrían aplicar los versos de una célebre canción de Georges Brassens, versionada por Paco Ibáñez y Loquillo, llamada La mala reputación: “En mi pueblo sin pretensión / tengo mala reputación / haga lo que haga es igual / todo lo consideran mal”. Más de uno y más de dos profesionales de las energías verdes llega a admitir que en algunas reuniones sociales omite con qué se gana la vida para no encajar unas cuantas miradas de soslayo –o algo peor– de la concurrencia.
Desafortunadamente, tras varios años de ataques mediáticos constantes por parte de los conglomerados empresariales que explotan las energías convencionales, más la pagable labor de zapa de instituciones comulgantes con la negación del calentamiento global, como la Fundación Juan de Mariana o la Fundación Ortega- Marañón, muchos creen que las verdades a medias y las mentiras completas han sembrado la desconfianza hacia las energías limpias en la sociedad.
Creo, con modestia, que esa percepción está distorsionada porque los profesionales de las renovables sufrimos en carnes propias todos y cada uno de los titulares difamatorios y malintencionados que nos propinan nuestros enemigos a través de los medios de comunicación. Es indudable que en algunos colectivos sí tenemos mala reputación –es gravísimo si ocupan despachos desde los que se toman decisiones–, pero en el conjunto de la sociedad seguimos teniendo una imagen que se puede calificar de buena o de muy buena. Los datos sostienen esta afirmación.
En julio de 2010, en plena vorágine mediática por la investigación del supuesto fraude fotovoltaico masivo y la campaña de desprestigio impulsada por el Ministro de Industria, Miguel Sebastián, para justificar la aplicación de las medidas retroactivas del Real Decreto-Ley 14/2010 (en Murcia amenazó a los empresarios con hacer declaraciones que, según él, llevarían a la gente a romper a pedradas las plantas solares), Havas Media publicó un estudio denominado Actitudes de los españoles ante las energías.
Según este estudio, el 83% de los españoles considerábamos que el Gobierno debía seguir apoyando a las energías limpias y el 77% creíamos que debía ser la primera prioridad inversora del Ejecutivo para cimentar el futuro del país, incluso por delante del turismo. Un 67% afirmábamos estar dispuestos a pagar hasta un 20% más por nuestra energía si esta provenía de fuentes limpias.
Para desazón de nuestros enemigos, los españoles asociamos las renovables a valores positivos y la desbocada crisis económica no está rompiendo ese vínculo: el pasado mes de julio, la Fundación BBVA publicó el Estudio Internacional de Cultura Científica, que revela que el 92% de los españoles creemos que la energía solar es la tecnología que más va a mejorarnos la vida, por delante de los ordenadores (86%) o Internet (83%).
Al final, resulta que esos titulares que tanto nos escuecen se circunscriben –salvo sobresalientes, pero puntuales excepciones– a la prensa económica, cuyos lectores se reducen a 260.000 españolitos, según el último Estudio General de Medios. Cierto es que los voceros amplifican la difusión de la ponzoña en otros ámbitos mediáticos, como los debates radiofónicos, pero su veneno no está calando en la sociedad, que, comparativamente, recibe muchos más mensajes positivos sobre las renovables, especialmente desde el ámbito de la publicidad.
Las energías limpias ya forman parte de la vida cotidiana de los españoles y todos sabemos que son buenas para todos. Así que despojémonos del victimismo y el apocamiento, porque será más fácil contrarrestar sus falacias con nuestras verdades.