No hace mucho, en una jornada titulada Gestión de la comunicación en el entorno de la energía, tres expertos debatían acerca de la influencia que ejercen las grandes empresas sobre la información publicada por la prensa; así, abordaron el problema de la presión de las fuentes, esto es, cómo las fuentes de la información condicionan lo que se publica y el espacio y el tratamiento de lo que se publica. El tema, teniendo en cuenta la campaña de desprestigio que los conglomerados energéticos están desplegando contra las renovables, o la propia complejidad informativa del sector energético –económica, empresarial, social, ambiental, técnica, política, geopolítica…– y de las situaciones de crisis que lo acompañan –vertidos de crudo, accidentes nucleares, hundimientos de minas…–, era del mayor interés.
Para explicar la diferencia del grado de presión que pueden ejercer las fuentes sobre un medio de comunicación, uno de los ponentes comparó la situación de un periódico deportivo y un periódico económico. En el primero las fuentes son, por ejemplo, los equipos de fútbol; los lectores son los aficionados, y los anunciantes son las empresas. En el segundo, en cambio, las fuentes son las empresas, los lectores son las empresas y los anunciantes también son las empresas.
La prensa económica tiende a complacer a sus fuentes con la información que publica, puesto que con ello también agrada a sus lectores y a sus anunciantes. El periodista sabe que puede ser objetivo y crítico, pero tiene que cuidar la fuente para que le siga informando, y debe evitar que algún superior le recuerde que el celo profesional ahuyenta a los anunciantes.
Y aquí es donde los presupuestos de publicidad de las grandes corporaciones energéticas, que suman decenas de millones de euros todos los años, lubrican las líneas editoriales de los medios y facilitan que se publique tal cosa o que no se dedique mucho esfuerzo a tal otra. Además, con el negocio editorial tradicional en crisis profunda, ningún periódico –y mucho menos económico– puede permitirse el lujo de quedarse fuera de las campañas de Repsol, Endesa o Iberdrola.
En este contexto informativo, con la opinión pública encrespada por fukushimas, gadafis, tarifas y tarifazos, y con los políticos adoptando decisiones cruciales para las próximas décadas, es una suerte para los que queremos dejar un mundo digno a nuestros hijos el disponer de un medio de comunicación cuyo mensaje de base sea ‘renovables, sí, gracias’, y esté avalado por una trayectoria de cien números.
Uno revisa la balda de la estantería donde reposan los 99 ejemplares de Energías Renovables –este en el que escribo aún no ha llegado a su lugar–, y la ve algo combada por el peso. Huyendo de los tecnicismos y con buenas dosis de pedagogía, contienen la historia reciente de las fuentes verdes en España: los números, los nombres, los rostros, las opiniones…
En la guerra informativa entre fuentes limpias y sucias, Energías Renovables es un cañón dialéctico cargado de argumentos, evidencias y testimonios contra esas fuentes que presionan a los grandes medios de comunicación al considerar pública y machaconamente que las renovables son “un lujo inabordable” o “un timo” y que, por consiguiente, “hay que frenarlas”.
La versión digital de Energías Renovables, llega mucho más lejos que esos 99 ejemplares y transmite el mismo mensaje, por lo que es mucho más útil, pero no tiene el encanto del papel. Quizá sea porque los famosos duendes de las imprentas aún no se han mudado al ciberespacio, pero el placer de leer la revista en el sofá, con un poco de música, y hojearla y ojearla, no lo da una pantalla luminosa. ¡Felicidades por los primeros cien; ahora, a por los segundos cientos!
