La Asociación Nacional de Productores de Energía Fotovoltaica (Anpier) le ha remitido una carta al Papa Francisco pidiéndole audiencia: “nosotros tenemos que llamar a todas las puertas, y las de San Pedro no iban a ser menos” dice Rafael Barrera, director de la entidad. La epístola, firmada por Miguel Ángel Martínez-Aroca, presidente, apela a la autoridad moral de un hombre que prepara una Encíclica sobre Ecología, que considera la naturaleza “un don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos y las generaciones futuras” y que se ha fotografiado sujetando una camiseta contra el fracking.
¿Truco publicitario? Quizá, pero no importa. Para millones de personas, el Sumo Pontífice es un líder indiscutible, el representante de Dios en la tierra, la fuente de esperanza y consuelo ante la fatalidad. Y los socios de Anpier saben mucho de eso; ¿por qué no iban a pedirle un encuentro para rogarle ayuda personalmente?
Anpier es una organización que no debería existir. En un tiempo normal, los propietarios de las instalaciones fotovoltaicas deberían estar orgullosos de ellas y de su rendimiento. Pero estamos en tiempos de “destruir a los que destruyen la tierra” –como recuerda Martínez-Aroca en la carta al Papa, citando el Apocalipsis 11:18–, y los fotovoltaicos, además de maldecir el momento en que se endeudaron, han tenido que fundar una asociación de damnificados.
Cuando Miguel Sebastián, entonces ministro de Industria con el PSOE, aprobó las primeras medidas retroactivas –en el ya famoso Real Decreto-ley 14/2010–, los pequeños propietarios de las instalaciones llamaban a las asociaciones sectoriales con intención de afiliarse, pero las cuotas mínimas que exigían, propias del mundo empresarial, eran excesivas para ellos. Tenían un problema y los canales habituales para tratar de solucionarlo estaban fuera de sus posibilidades.
Por eso nació Anpier. Del desamparo. Desde su primer embrión, constituido con la participación de Suelo Solar, Anpier ha pasado cuatro años dedicados a reclamar justicia por todas las vías legales a su alcance y a recordar a todo el mundo su infortunio, con una política de comunicación agresiva, de trazo grueso, que ha levantado no pocas ampollas en el sector energético tradicional. Por el camino se ha quedado la posible integración en UNEF, rechazada porque dispersaba su foco de actuación.
Lo han hecho bien. Los damnificados son conscientes de su posición y utilizan la táctica del insecto que incordia, la única capaz de darles la visibilidad que necesitan en un sector de colosos como el energético. En palabras del secretario de la entidad, Juan Castro-Gil: “De todos los insectos, ¿sabe usted cuál es el modelo que debe seguir Anpier? Sí, sí; ese, ese tipo de mosca”.
En la actualidad, con el Gobierno del PP culminando la ofensiva contra las energías verdes, todas las asociaciones de renovables, hasta la AEE, son Anpier. Una pena.