Cuando uno tiene una huerta y planta tomates, sólo tiene que pagar las semillas, el abono, el agua y el pesticida. Supongamos que, si tiene una buena cosecha y no puede comer tanta ensalada, se le permite acudir al mercado y dar los tomates que sobren al tendero, con la opción de cogerle otros tomates más adelante, cuando sus tomateras ya no den fruto. En este hipotético caso habrá que tener en cuenta al tendero y al mercado, porque querrán, como mínimo, cubrir los costes que les suponga recibir los tomates y devolverlos.
En el autoconsumo con balance neto sucede algo muy similar. Todos los kWh que uno pueda producir y autoconsumir instantáneamente deben estar limpios de polvo y paja; uno ya se ha comprado un sistema de generación. En cambio, los kWh que excedan ese autoconsumo instantáneo y se viertan en la red deben tener en cuenta los costes que ocasionen al sistema eléctrico.
En ese punto surge la discordia: los hay que, atendiendo a las externalidades positivas de las renovables, consideran que no se debería pagar nada, y los hay que quieren que se pague todo, incluso en el autoconsumo instantáneo, lo que viene a ser como exigir al señor de la huerta de tomates que pague al agricultor y al tendero por no comprar sus productos.
Hay una serie de costes del sistema eléctrico que se computan en los llamados peajes de acceso. Se supone que son aquellos costes que nos permiten consumir la energía e incluyen numerosos conceptos: redes eléctricas, primas renovables, anualidades del déficit de tarifa, moratoria nuclear, mantenimiento de la Comisión Nacional de Energía (CNE), margen de comercialización de las distribuidoras, etcétera.
En el caso de la generación distribuida con balance neto, hay peajes que parece claro se deben pagar, como las redes de baja tensión, y peajes que parece claro no se deben pagar, como las redes de alta tensión, puesto que la energía generada localmente se consume localmente, sin que sea transportada grandes distancias.
A mayor complejidad, no existe una metodología de asignación del coste de los peajes de acceso; los gobiernos han hecho y deshecho a su antojo, según les convenía políticamente. Para rematar, los peajes de acceso incluyen costes claros del sistema eléctrico, como las redes, pero también otros costes, como la interrumpibilidad, los sistemas extrapeninsulares o las primas renovables, que pueden considerarse coste de energía o asignarse a otras partidas de la cosa pública.
En ese morrocotudo embrollo fermenta el debate sobre los peajes del balance neto. Es una discusión plenamente hispana, que no se produce en otras latitudes: allí se considera el balance neto como un mecanismo de fomento de la generación distribuida, casi siempre renovable, mientras que aquí se trata de asignar los costes del intercambio diferido de energía, sin ayuda alguna y con independencia de la limpieza de la tecnología que lo aproveche.
La CNE acaba de embarcarse en la elaboración de una metodología de cálculo de los peajes del sistema eléctrico para asignar cada concepto de coste de forma transparente, objetiva y no discriminatoria a los distintos consumidores. Corría noviembre de 2001 la primera vez que emprendió la tarea, sin resultado alguno. Esperemos que esta vez haya mayor fortuna, y que el regulador, sabiamente, decida cobrar a las renovables con balance neto los mismos peajes que el barquero de la canción infantil: “las niñas bonitas no pagan dinero”. Ahora bien, sería mejor que las renovables fueran ya tan competitivas que pudieran responderle: “yo no soy bonita, ni lo quiero ser, tome usted los cuartos y a pasarlo bien”.
