El Gobierno acaba de presentar una propuesta de Real Decreto que reactiva la concesión de ayudas a nuevas renovables eléctricas en toda España. Podría ser una buena noticia, pero no pasa de ser una engañifa, porque se ha aplicado un consejo que las madres dan a las hijas en edad de merecer: “tú a los chicos diles siempre que sí, pero no les digas cuando”. Así, el borrador de la norma sostiene que se asignará un régimen retributivo específico para instalar 500 MW eólicos y 200 MW de biomasa, mediante subastas, cuando al ministro Soria le parezca oportuno.
La mayoría de los analistas, rápidamente, lo han considerado una jugada electoralista, que da munición a la prensa afín y que busca contrarrestar los toques de atención de Bruselas por la parálisis implantada en 2012 y por la retroactividad aplicada, que ha provocado un rosario de pleitos nacionales e internacionales.
Las asociaciones sectoriales, fieles a la tradición, han puesto el grito en el cielo por varios motivos, entre los que destacan la inseguridad jurídica del modelo imperante –el Gobierno puede hacer lo que le venga en gana con la retribución específica en 2019 y luego cada seis años–, porque las ayudas a la eólica son escasas, porque se ha excluido a otras tecnologías, como la fotovoltaica, porque la propuesta se ha elaborado sin consultar al sector…
Es muy lógico que la cosa haya sentado mal; las heridas causadas por la reforma eléctrica siguen sangrando: se cobra mucho menos y a destiempo, la deuda ahoga y hay que malvender activos, los planes de negocio se han truncado…, para colmo, el ministro Soria no para de eyacular tonterías y falacias por la boquita; una de las últimas, enjaretada con reincidencia en el Senado, ha sido afirmar que tras la reforma hay un mayor número de extranjeros interesados en invertir en renovables en España.
Si los precedentes no fueran los que son y la hipocresía no fuese degrado superlativo, habría elementos de la propuesta dignos de consideración, como la filosofía de discriminar tecnologías: en España hay renovables que no tienen sentido, como la eólica marina, y no hay porqué seguir apostando por ellas.
Otro elemento válido es el reducido monto inicial de las ayudas. Sabemos que las renovables son “prácticamente” competitivas y lo difícil es saber en qué consiste ese “prácticamente”, aunque en algunos casos ya no haya dudas: si se están promoviendo megaparques fotovoltaicos sin apoyo, es porque no lo necesitan. Por lo tanto, es mejor que las ayudas sean bajas, y, si resultan insuficientes para estimular las tecnologías deseadas y las subastas quedan desiertas, siempre pueden incrementarse.
Ahora bien, los precedentes son los que son, y siéndolos, sería de necios confiar en el Gobierno. Lamentablemente, ni siquiera se puede garantizar que, habiendo llegado al punto de la competitividad sin ayudas, como le ocurre al autoconsumo fotovoltaico, Soria y sus secuaces permitan que el negocio fructifique.
Por eso, entre todo lo escuchado sobre la propuesta normativa y su renovada invitación a invertir en renovables con el aliciente del apoyo público, el comentario más adecuado es el que encabeza este artículo: “hazlo tú, que a mí me da la risa”.