De un tiempo a esta parte uno se desconcierta cuando lee o escucha ideas que hasta hace muy poco formaban parte exclusivamente de nuestras señas de identidad, de nuestras reivindicaciones, de nuestros anhelos de cambio de modelo energético. Sí, la primera persona del plural se refiere efectivamente a los que, desde hace más o menos tiempo, nos creemos esas cosas de la sostenibilidad, de la democratización de la energía, de una nueva cultura de la energía; en definitiva, lo de darle la vuelta a esto.
Esta revista, este tan meritorio medio de comunicación desde hace ya 17 años; la Fundación Renovables desde hace siete; sin duda, las ONGs desde antes; y, algunos pioneros desde hace más tiempo todavía (no se trata de determinar quién fue el primero), empleábamos un discurso, unas ideas que eran una excepción en el debate energético. Pronunciar solo tres o cuatro palabras nos identificaba en cualquier auditorio. Los que hemos estado en esto nos reconocíamos no solo por el conjunto del discurso sino por unas “contraseñas” que bastaban para saber de qué lado estabas, porque había —los hay todavía hoy— dos lados. Los que pensábamos que hay que ir deprisa y los que, primero, negaban que hubiera que moverse y ahora arrastran los pies sin atreverse a negar la mayor.
El problema es que, ahora, esas ideas, tan sencillas como contundentes, ya no son suficientes porque (no sé si afortunadamente o no) ellos las han hecho suyas; sí, los otros, los que negaban hasta hace dos días el cambio climático, la urgencia de actuar en el cambio de modelo energético o consideraban la energía no un bien básico sino como una lata de sardinas.
De repente uno escucha al presidente de una compañía que tiene entre sus activos todavía (eso espero, que al menos, sea “todavía”) centrales de generación que emiten gases de efecto invernadero hablar de “descarbonización de la energía”. Otro día recibe la convocatoria de una jornada con el título de “El consumidor en el centro del sistema energético” y comprueba que entre sus patrocinadores (y entre los ponentes) figuran las seis grandes corporaciones petroleras, gasistas y eléctricas de este país para las que hasta ahora solo existían unos números llamados clientes y que eran tratados como “consumidores cautivos” (¡ves!, en cambio esta expresión todavía no la utilizan).
También puedes acudir a la presentación de un libro sobre “Ciudad y energía” y piensas: “esto me suena”.... ¡ah! sí, de un documento de hace unos años de la Fundación Renovables que nos criticaron desde el sector convencional por ser un enfoque muy sesgado. Te presentas allí y te encuentras con todo el “establishment” energético y concluyes: “pues les interesa el tema, está bien”. Pero todavía falta lo mejor, en mitad del discurso en el que solo chirrían algunos tópicos que se resisten a abandonar (es lógico, hombre, son muchos años), se te ponen los pelos de punta cuando escuchas al presidente de una de esas grandes compañías hablar de “humanización de la energía”. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Aquí pasa algo. Esto no es normal. ¿Les hemos convencido?, ¿hemos logrado convertirlos?, ¿vamos ganando?, ¿podemos cantar victoria?, ¿o será que nos secuestran el discurso para que todo siga igual?, ¿nos quieren desarmar ideológicamente o simplemente la contundencia, sensatez, lógica y evidencia de nuestros argumentos se impone y no tienen más remedio que plegarse? No lo sé. ¿Será un poco de todo? A lo mejor es verdad que vamos ganando, vamos convenciendo y la asunción de nuestras “contraseñas” es un primer paso, un primer estadio después del cual vendrán los actos, los pasos decisivos que esperamos que den. Como ha hecho Enel en Italia anunciando el cierre de sus centrales de carbón.
Vamos a ser optimistas, sin bajar la guardia. Vamos a pensar que no son solo nuestros argumentos, que la apabullante evidencia del cambio climático les ha cambiado, de momento, el discurso. Eso sí, el día que digan “nosotros el oligopolio” nos desarman del todo.