sergio de otto

Una invitación a la autocrítica

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Vaya por delante que esta invitación al arriesgado ejercicio de analizar lo que desde el sector de las energías renovables se ha hecho mal no la he visto, en ningún caso, llevar a cabo desde los sectores convencionales. Vaya por delante que, más allá de los errores que sean achacables a las empresas, entidades o profesionales que estamos implicados en este ámbito, la principal responsabilidad corresponde a los poderes públicos que tienen la obligación y las herramientas (principalmente el BOE) para velar por el desarrollo correcto de un sector regulado como lo es éste. Vaya por delante, también, que al fin y al cabo ninguna actividad humana se libra de comportamientos fraudulentos por justos y bienintencionados sean los fines, como —por ejemplo— ha sucedido en ONGs que han visto empañadas su meritoria labor por la actuación de determinados individuos.

Y ¿por qué deberíamos ser nosotros los primeros, al menos en el sector energético, en ejercer la autocrítica? Sencillamente porque nuestro desarrollo requiere y va a exigir más todavía en el futuro el apoyo de la opinión pública. Nuestra ventaja y nuestra debilidad es la transparencia. Transparente es el sistema de apoyo a las renovables en nuestro país, tanto que muchos (incluidas instituciones que podrían poner el mismo celo, por ejemplo, en vigilar nuestro opaco mercado eléctrico) se ocupan de publicitar casi día a día, minuto a minuto, el importe de esos incentivos a la producción que perciben las tecnologías renovables, ignorando los importantes retornos que aportan, convirtiendo primas en subvenciones o confundiendo renovables con régimen especial para hacer más abultadas las cifras. No está escrito, sin embargo, lo que nos ha costado a los contribuyentes, digo bien a los contribuyentes y no sólo a los consumidores energéticos, la implantación y desarrollo de las tecnologías convencionales.

El desarrollo de las renovables no es prescindible como tantas actividades, sectores, costumbres de nuestra sociedad actual. Un buena parte (lamentablemente no puedo decir la inmensa mayoría) de los que estamos en esto, además de ganarnos un sueldo, unos honorarios profesionales, unos beneficios empresariales, creemos que es irrenunciable avanzar en la implantación de las energías renovables, en el ahorro y en la eficiencia energética para dar respuesta a uno de los principales retos de la humanidad como lo es el cambio climático o como lo es la necesidad de facilitar el acceso a la energía a todos los habitantes de este planeta, tarea que obviamente no puede abordarse con el modelo actual de combustión de petróleo, carbón y gas y energía nuclear. Esta justificación ética nos obliga más que a otras actividades a ser y parecer lo que debemos ser, empezando por las prácticas medioambientales de cada uno de nosotros.

El desarrollo de las renovables choca —lo he señalado muchas veces en esta columna como el principal obstáculo — con los intereses de grandes empresas que tienen un inmenso poder de influencia en los poderes públicos y medios de comunicación. Cualquier debilidad por nuestra parte es multiplicada y explotada con una batería de medios con los que desde este lado ni podemos soñar.

Estas líneas no pueden ser una relación de los errores que hemos cometido sino, como señala el título, una invitación a la autocrítica pero pondría como ejemplos un par de caso empezando por la fotovoltaica. Obviamente la principal responsabilidad ha sido de un Gobierno que reguló mal y rectificó peor. Pero eso no quita que desde el sector deberíamos haber sido los primeros en denunciar el fraude que se estaba cometiendo. Deberíamos habernos anticipado a instar al regulador a evitar que las instalaciones que tantas ventajas tienen en la consecución de la sostenibilidad energética se convirtieran en meros productos financieros. De la misma forma, el sector eólico en su conjunto debería haber plantado cara al primer chantaje encubierto de algunas comunidades autónomas o rechazar en bloque las contrapartidas intolerables de los concursos.

La lista es larga pero yo destacaría un error por encima de los demás: nos hemos olvidado de la opinión pública. Sí, hemos pensado que la necesidad de las renovables bastaba para allanar el camino de su desarrollo ignorando que la resistencia de los sectores afectados se incrementaría exponencialmente, olvidando que la voluntad de los políticos debe ser apuntalada desde la presión de la sociedad y, por último, no hemos asumido que no bastaba ser necesarios sino que había que contárselo machaconamente a los ciudadanos. En esto estamos algunos desde la Fundación Renovables.

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