Sergio de Otto
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La guerra a la que me refiero no puede ser otra, obviamente, que la que se libra en muchos frentes por el cambio de modelo energético. A día de hoy tenemos noticias de algunas escaramuzas, de pequeñas batallas pero el conflicto parece estar emboscado, confundido, neutralizado por el ruido de la crisis económica, crisis de la que algunos países ya están saliendo más o menos indemnes, eso sí, como si no hubiera pasado nada y, por tanto, propiciando lamentablemente que el sistema financiero vuelva a hundirse mañana a nuestros pies. A otros, a nosotros por ejemplo, nos quedan todavía unos cuantos sustos por delante antes de dejar atrás esta crisis que también superaremos, no tengo ninguna duda, sin haber tomado —tampoco tengo la menor duda—las medidas estructurales para vacunarnos del futuro.
En esta guerra pocas veces se hace un análisis global de lo que está en juego, se mira hacia el horizonte y se toman con decisión las medidas oportunas para enfocar ese futuro. No, aquí los focos se centran durante unos días en uno de los frentes, luego frívolamente en otro, se hace demagogia con el tercero y nos vamos olvidando de la guerra porque el humo de cada uno de ellos no nos permite ver con claridad donde están las posiciones.
Estos días andan muy felices algunos porque Obama ha tomado la decisión de facilitar créditos para la construcción de una central nuclear. Los del átomo están eufóricos pese a que la decisión derriba, una vez más, uno de los mitos del discurso nuclear: su competitividad en términos económicos. ¿No se trataba de una energía barata que solo necesitaba un semáforo en verde? Parece que no, que lo que esperaba era el apoyo del dinero público que tanto denostan esos mismos profetas para las energías renovables. No comentan, por supuesto, que la potencia de esa instalación supondrá una décima parte de lo que ha instalado sólo en 2009 la eólica en aquel país. Eso da igual, de lo que se trata es decir que nos estamos quedando solos descartando la nuclear.
El frente casero más activo es el de nuestro sistema eléctrico, en el que la caída de la demanda —aliviada en parte este pasado mes de febrero— ha puesto en evidencia el estrepitoso error de ciertas decisiones empresariales que sorprendentemente se perpetúan. Según el operador del sistema, todavía este año se pondrán en marcha más de 1.000 MW de centrales térmicas de gas (esta es su característica principal aunque se maquillen semánticamente con su característica secundaria: de ciclo combinado). ¿Alguien les ordenó a los titulares de las mismas que tuvieran 23.635MW en funcionamiento al arrancar el 2010? ¿Pensaban todos, sin contar la crisis, que la orgía consumista de electricidad iba a ser eterna? Sí, esos que hoy reclaman el frenazo a las renovables podrían hacer cierta autocrítica sobre las decisiones tomadas ignorando, como he comentado aquí alguna vez, la dirección de la historia o simplemente los acuerdos firmados por este país en materia de reducción de emisiones.
Hay otros frentes que pasan desapercibidos, pese a fugaces fuegos de artificio, como la eficiencia y el ahorro. ¿Presentará alguna vez un Gobierno un balance de esos planes presentados a bombo y platillo? Los que trabajamos en renovables somos conscientes de que el esfuerzo en estas dos materias, la eficiencia y el ahorro, van por delante en las prioridades de un cambio de modelo y los avances son mínimos, algo similar a lo que ocurre en el campo de la solar térmica como denunciaba recientemente, y con toda la razón, ASIT. No nos dejemos confundir por el humo.
