Hace un año escribía que, con la perspectiva de las elecciones de diciembre de 2016, estábamos a las puertas de un cambio político y que ese nuevo tiempo iba a ser escenario propicio para la imprescindible transición energética que debemos afrontar. Un año después, no solo no hemos emprendido ese camino, sino que es posible que los recientes acontecimientos (por llamarlo de alguna manera) políticos en el seno del PSOE tengan como consecuencia, entre otras, el aplazamiento de la tarea de cambiar nuestro modelo energético.
No solo hemos perdido un año, pese a tener en estas dos legislaturas una mayoría parlamentaria favorable en lo esencial a esa transición energética, sino que, a menos que vuelva a equivocarme en mi faceta de profeta (en este caso sería positivo), el deseado pistoletazo de salida puede retrasarse cuatro años, o dos en el menos malo de los escenarios.
O mucho me equivoco o nos espera un nuevo periodo de reinado del caos en materia energética, más años de ceguera ante lo que está pasando en el mundo, una legislatura más de la torticera manipulación, de los palos de ciego y, sobre todo, de mirar atrás, de reincidir en las viejas recetas, rasgos que han caracterizado las No políticas de los Nadal (en alza) y del forzadamente defenestrado Soria.
Hemos perdido un año porque esas fuerzas políticas que comparten, al menos en el discurso, la necesidad de arrancar el cambio de la forma de dotarnos de energía, no se han puesto a trabajar en serio, no están elaborando ni las fórmulas ni los mecanismos ni, en definitiva, las normas que podrían impulsar ese cambio.
Un cambio que va a requerir un inmenso esfuerzo en la elaboración de esas normas (desde leyes a reglamentos) para desmontar el desaguisado que han dejado los nefastos rectores del PP en materia energética. Pero no están en ello. En el todavía (¿por cuánto tiempo?) principal partido de la oposición un declarado entusiasta de las renovables, al que no le ha dado tiempo de demostrar sus convicciones, es sustituido temporalmente por uno de los principales defensores del carbón como elemento central de nuestro mix eléctrico.
En la fuerza emergente de la izquierda las contradicciones entre los postulados sostenibles y la errónea línea obrerista que considera que a los mineros se les ayuda subvencionando la quema de carbón, se saldan a favor de los segundos. Y en la cuarta fuerza política, la acción netamente alineada con la sostenibilidad energética que mantiene en el Parlamento Europeo pierde fuerza en la política nacional poniendo en evidencia la falta de solidez de sus planteamientos en esta materia.
Mientras tanto, ahí fuera, parece que la comunidad internacional empieza a tomar en serio la aplicación del insuficiente pero bien encaminado Acuerdo de París. La lucha contra el cambio climático se va colando en las agendas de muchos gobiernos, pero aquí seguimos mirándonos al ombligo.
Mientras tanto, las tecnologías renovables baten récords en el descenso de costes, que convierten en papel mojado tantos sesudos estudios de prospectiva pagados por “los fósiles” para intentar convencernos de que el presente de las renovables es un futuro lejano.
Mientras tanto, un año más, el Estudio sobre el Impacto Macroeconómico de las Renovables en España que publica APPA, desmiente categóricamente el tópico de que las renovables son caras y avala que una apuesta contundente por las energías limpias sería muy beneficiosa para la economía y el medio ambiente.
Mientras tanto, los países de nuestro entorno siguen tendiendo la alfombra roja normativa al autoconsumo facilitando a los ciudadanos el legítimo derecho a generar su propia energía y aquí seguimos con la legislación más restrictiva.
Mientras tanto, hemos perdido un año y parece que estamos abocados a perder más para lanzarnos a esa transición energética de la que ya hablan incluso los que hasta antes de ayer querían posponerla unas décadas.