Una cifra hasta hace pocos meses desconocida para el 99% de la población de este país, la del precio medio diario del mercado eléctrico, ha pasado a estar en boca de todo el mundo. Ese 99% sigue sin saber muy bien cómo influye exactamente ese número en su factura de la luz, pero día a día crece su temor ante el estacazo que le puede venir cuando le carguen en el banco el próximo recibo.
Cuando en abril el precio medio estaba en los 40 €/MWh vivíamos ignorantes de lo que hoy parece un maravilloso e idílico escenario. Algo oímos en los informativos y a los tertulianos cuando en junio y julio llegó a doblarse el precio situándose más arriba de los 80 €/MWh. Pero en agosto se superó la barrera psicológica de los 100 €/MWh y aquello dio para abrir los informativos, copar las primeras páginas de la prensa escrita y dar carnaza a las tertulias, a las radiofónicas y a las del bar.
El precio medio del mercado diario de la electricidad se convirtió en el tema inevitable de conversación, en el culebrón del verano que solo la erupción volcánica en La Palma sacó, temporalmente, de las portadas. El tema es preocupante, por supuesto, la alarma social está justificada, aunque alguno se ha quejado de dolor en el bolsillo antes de que llegase el efecto de ese precio a su factura. No en vano, una gran mayoría de consumidores tenían precios fijos con sus comercializadoras en el mercado libre que les protegían –momentáneamente– de esa insólita escalada que sufría –hay que recordarlo– toda Europa. Sí que tienen razón para preocuparse, quejarse e indignarse los consumidores que “gozan” del PVPC, tarifa que teóricamente está para protegerles, y que ahora les deja a la intemperie, especialmente aquellos hogares en los que la factura se lleva una buena parte de un único ingreso que entra en forma de pensión.
El tema es que tenemos precios de la electricidad altos para una buena temporada cuando más necesaria era una señal de precio positiva a los ciudadanos para acelerar la necesaria, imprescindible, irrenunciable electrificación de nuestro sistema energético. Da igual que la principal causa del alarmante incremento del precio del MWh sea el precio del gas, es decir, de nuestra –hablo por el conjunto de Europa– suicida dependencia de este combustible fósil y de un “daño colateral” de la lucha contra el cambio climático como lo es el precio del CO2.
Uno, que lleva varios lustros denunciando los “beneficios caídos del cielo” de nucleares e hidroeléctricas, se teme que las medidas del Gobierno para “poner fin a esta situación” y que han ido en esa línea pueden acabar estropeándolo todo. La inevitable reforma a fondo de nuestro sistema eléctrico, que llegará más tarde o más temprano, no merecía como prólogo un real decreto ley improvisado de la noche a la mañana, acuciado el Gobierno por la clamorosa alarma social. Los grandes bufetes de abogados se frotan las manos porque huele a gran negocio la batalla legal contra el RDL 17/2021 que van a emprender las eléctricas –y no solo las grandes– mientras que en los despachos de Bruselas preparan una respuesta admonitoria.
Aparte de que algún listillo aproveche la coyuntura para arremeter contra el vehículo eléctrico sin ningún fundamento cuando los precios de los combustibles fósiles no son ajenos a esta tendencia al alza, el problema es que esta situación, esta tormenta perfecta, puede ralentizar la transición energética. El ahorro, la eficiencia y la generación distribuida son los pilares fundamentales de este proceso pero, no lo olvidemos, requiere también grandes (no hablo de megas) y medianas plantas de generación y entre esta situación y la indiscriminada oposición social a los proyectos de renovables podemos tener un nuevo parón que perpetúe el papel predominante de los combustibles fósiles en nuestro sistema energético.
La cara positiva es que, ahora, a muchos negocios y hogares a los que no les convencían todavía los números para optar por el autoconsumo, las cuentas sí les van a salir muy favorables si, como se espera, estos precios se van a mantener a medio plazo.