Aunque a día de hoy no sabemos si tendremos nuevo Gobierno o terceras elecciones sí que deberíamos tener muy claro que tenemos como país la obligación de volver a subirnos al tren del que nunca debimos apearnos. Hablo del desarrollo de las energías renovables, viaje en el que durante varios años fuimos en cabeza con innegables retornos socioeconómicos, camino en el que fuimos líderes tecnológicos e industriales, hecho casi inédito para nuestro país, trayecto que nos llevaba al futuro.
Perdimos ese liderazgo porque los responsables políticos dieron credibilidad a las falacias de una campaña que se resumía en el eslogan “las renovables son caras” y que solo pretendía salvaguardar los intereses del oligopolio eléctrico como hemos venido denunciando desde estas páginas en informaciones, análisis y columnas de opinión.
Pero eso es el pasado, hoy existe un escenario nuevo por el simple hecho de que nadie va a gobernar en mayoría absoluta o simple. Eso es lo suficientemente importante como para que podamos esperar acuerdos en materia energética que pongan fin a un periodo negro en el tratamiento de estos temas desde el Boletín Oficial del Estado, que a fin de cuentas es lo que vale más allá de discursos o posicionamientos.
No creo ser un ingenuo si pongo como ejemplo del cambio de situación el giro de Mariano Rajoy en el tema del cambio climático, tema que citó como preocupación fundamental en el discurso de investidura del pasado día 30 de agosto. Sí, de entrada, podremos ironizar sobre este cambio, sobre la escasa credibilidad de quién durante sus cuatro años de gobierno no ha mostrado la más mínima sensibilidad en este tema crucial. Pero de la misma forma que cuando hace años recurrió al escepticismo de su primo ante el calentamiento global para despreciar la cuestión porque era consciente de que la opinión pública iba a permitirle esa tremenda y nefasta frivolidad hoy, en 2016, se ha visto obligado, sean cuales sean sus convicciones profundas, a citar el cambio climático como un elemento importante de la situación.
De la misma forma, en sus negociaciones con Ciudadanos, el PP no ha podido defender sus retrógradas posiciones en el tema del autoconsumo y ni una sola voz del partido ha justificado en estos tiempos el “impuesto al sol” que definía en sí mismo toda la política llevada a cabo desde 2011. Es, con todos los matices que queramos, un escenario distinto.
El resto de fuerzas políticas tienen un compromiso muy explícito en sus programas con la necesaria, imprescindible y oportuna transición energética (que, lo recuerdo, empieza fundamentalmente por el ahorro y la eficiencia) aunque todos ellos, salvo Equo, tienen muchos borrones en su expediente en materia energética, desde abrir la vía a la ofensiva antirenovable en el caso del PSOE, hasta la contradicción de Podemos en el tema del carbón o las tentaciones gasistas de los nacionalistas.
Aun así, existen los mimbres para lograr acuerdos en una nueva política energética, para volver a coger ese tren que nunca se nos debió escapar y que cada día se desplaza a más velocidad. Para los que seguimos la actualidad de las energías renovables es muy difícil memorizar las cifras de un desarrollo vertiginoso: ya sean los megavatios de los ambiciosos objetivos que se autoimponen países pequeños o grandes, la reducción de costes de la fotovoltaica o los imbatibles precios de la eólica en subastas de medio mundo.
Necesitamos que ese viaje se inicie con decididas y contundentes políticas de ahorro y eficiencia, extendiendo al transporte el uso de las renovables, con medidas concretas de rehabilitación energética de edificios (aquí los ayuntamientos tienen margen para avanzar por su cuenta) y, por supuesto, con mecanismos eficaces para acabar con la vergonzante lacra de la pobreza energética. Sí, tenemos que volver a subirnos al tren.