Acabo de leer el correo en el que anuncias que abandonas este país en lo que se refiere a tu actividad como empresario en el sector de las energías renovables. Unas líneas que reflejan el hartazgo de todos aquellos que como tú creyeron que los mensajes de los sucesivos gobiernos y las normas que aprobaban en Consejo de Ministros o en las Cortes Generales instándonos a desarrollar las energías renovables eran el compromiso formal de un país serio, de un estado de derecho en el que las normas están para cumplirse. Algunos, más ingenuos todavía, creíamos que incluso esos dirigentes políticos habían empezado a creerse lo de abordar la energía desde la perspectiva del cambio climático, la reducción de la dependencia y “esas cosas” de las que hacemos bandera los que apostamos por el cambio de modelo energético. No, no era cierto como lo han demostrado en los últimos cuatro años unos y otros.
Pero, querido amigo, quiero pedirte, quiero pediros a todos los que estáis en esa misma situación que no nos dejemos arrastrar por el pesimismo aunque seamos todos conscientes de que hay razones más que sobradas para ello. Entiendo y apoyo tu decisión como emprendedor de centrarte en otros mercados porque lo de este país supera ya todos los límites de la arbitrariedad y el despropósito. Entiendo perfectamente que las empresas abandonen este país por la ausencia de una imprescindible estabilidad jurídica, por la sumisión del poder político a un oligopolio y por tantas otras razones. Lo han hecho ya grandes corporaciones y medianas empresas y aunque me da rabia y pena cada vez que un empresario me confiesa que tira la toalla porque “esto ya no interesa”, lo comprendo.
Sin embargo, dicho esto, creo que hay otro plano en el que no nos podemos permitir el lujo de bajar los brazos. Creo que como ciudadanos tenemos la obligación moral, la obligación ética –conceptos que hemos introducido desde la Fundación Renovables en el debate energético- de seguir peleando para que en España la energía deje de ser el cortijo de unos pocos. Desde el conocimiento de la realidad energética, de las trampas actuales, de sus impactos, de sus riegos y también de las posibilidades reales de otra forma de dotarnos de energía, tenemos la obligación de pelear para alcanzar una democratización de la energía desde planteamientos sostenibles en todos los ámbitos. Tenemos esta obligación porque como ciudadanos nos jugamos mucho más que la rentabilidad de unas inversiones, nos jugamos el futuro de esta sociedad, por el equilibrio medioambiental del planeta, por la seguridad de las relaciones internacionales, por la calidad de nuestra democracia hoy adulterada por el poder de las grandes corporaciones energéticas, por nuestra condición de consumidores en la que el acceso a un elemento tan esencial como lo es la energía no sea la claudicación ante esa media docena de empresas que tienen secuestrado al poder político. Sí, todo eso está en juego y mucho más.
Nada de lo que han hecho –que ya es demasiado-, nada de lo que están haciendo –desde la ceguera más absoluta- nada de lo que puedan hacer –todavía preparan nuevas medidas contra el sector- debe apartarnos de nuestra línea de actuación como ciudadanos. Si como empresarios tenéis el derecho a buscar otros mercados como ciudadanos tenemos que seguir denunciando los atropellos, tenemos que sensibilizar a todos los que nos rodean –poniendo todos los medios necesarios- sobre lo que está en juego en esta búsqueda de un nuevo modelo energético cimentado en el ahorro, la eficiencia y las renovables.
No debemos tirar la toalla en ningún caso puesto que estamos en el camino correcto hacia un futuro –puedes estar seguro- que pueden aplazar pero no evitar. Los ejemplos de recientes movilizaciones populares en otros ámbitos que han logrado modificar el cauce de la los acontecimiento es un acicate para perseverar en este esfuerzo.
Desde la Fundación Renovables vamos a seguir con nuestros escasos medios –que espero cada día sean más- en esta pelea, perdiendo muchas batallas pero sabiendo que al final ganaremos el futuro.
Un fuerte abrazo.