sergio de otto

No habrá normalidad, no debe haberla

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Con la contundencia y claridad que la caracteriza, Naomi Klein nos ha lanzado un mensaje muy nítido en el, sin duda, más elocuente vídeo que he recibido entre los miles que han circulado recientemente por las redes. En él, la periodista, divulgadora y escritora canadiense nos invitaba a no permitirnos volver a la normalidad cuando acabe esta pesadilla (lo es, pese al esfuerzo que debemos seguir haciendo de poner buena cara) que nos tiene confinados en casa a más de la mitad de la Humanidad.

Dice Klein que la normalidad es, entre otras cosas, Australia y la selva Amazónica en llamas como hemos presenciado este invierno o la pérdida acelerada de la Gran Barrera de Coral.

Podíamos añadir que también forman parte de esa normalidad las sequías que arrasan millones de kilómetros cuadrados en África y en el Corredor Seco que se extiende ya por varios países centroamericanos; la normalidad son los desastres naturales que se multiplican, las migraciones de millones de personas que no pueden seguir viviendo en los territorios que han ocupado durante generaciones por el cambio de las condiciones climáticas; la normalidad es la contaminación que envuelve a diario a cientos de millones de habitantes de las ciudades (no necesariamente solo a los de las grandes urbes); esa supuesta normalidad es seguir quemando combustibles fósiles, ignorando las más que demostradas nefastas consecuencias de ese modelo energético; normalidad es, en definitiva, una forma muy negativa de relacionarnos con el planeta que, además, alimenta las desigualdades entre los que lo habitamos.

Desde que hace décadas el movimiento ecologista comenzó a denunciar (como antes lo hicieron algunas voces aisladas) que nuestra forma de vivir es incompatible con la sostenibilidad de los recursos naturales hemos recibido muchos avisos, hemos visto muchas pruebas, hemos tenido la ratificación unánime –sí, unánime– de la comunidad científica de que vamos directos al precipicio y, sí,  hemos celebrado cientos de cumbres, firmado varios acuerdos y he realizado mil declaraciones sobre la necesidad de actuar.

Pero cuando comparamos la movilización actual frente al Covid-19, más que justificada, por supuesto, con lo que hemos hecho durante medio siglo frente a la amenaza del cambio climático podemos concluir que ha sido nada. Hoy no sabemos qué balance dejará esta pandemia y cuánto estará con nosotros, pero desde hace mucho tiempo sabemos que el calentamiento global va a hacer inviable la vida, tal y como la entendemos hoy, de 7.500, 8.000 o 9.000 millones de personas en este planeta.

Son muchas las voces que estos días reclaman frente al cambio climático una reacción similar de la sociedad a la que estamos teniendo ante el Covid-19 por movilización de recursos económicos, asunción de comportamientos cívicos casi unánimes o de medidas tajantes. Hace unos días hubiera añadido a la lista de características de esta respuesta la unanimidad de las fuerzas políticas, pero lamentablemente, una vez más, nuestros políticos no están a la altura de las circunstancias y vuelven a la pelea que parece ser su medio natural.

Cuando esto se acabe, que se acabará, debemos hacer caso a la autora de ‘Esto lo cambia todo’ y no aceptar como normal lo que no debe serlo. La crisis del coronavirus nos ha permitido ver a toda velocidad una película similar a lo que nos espera. Ahora, como ciudadanos, debemos responder con la misma determinación que hemos aceptado el confinamiento, con la misma solidaridad y empatía que hemos demostrado con los colectivos que lo necesitan, para reclamar a los poderes públicos que actúen con la misma urgencia y decisión (y, por favor, con algo más de acierto) contra el cambio climático y debemos, cada uno de nosotros, convertirnos en personal sanitario de la salud del planeta.

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