Hace ocho meses escribía en esta columna sobre un “obstáculo inesperado” para la transición energética refiriéndome al movimiento de oposición al desarrollo renovable reunido tras la pancarta del “renovables sí, pero así no”. Ocho meses después el problema sigue ahí: por un lado, la ofensiva social contra el crecimiento renovable se extiende sin separar el grano de la paja y, por otra parte, siguen avanzando mega proyectos mal planteados que se hacen de espaldas a la sociedad y que no deberían, en ningún caso, salir adelante.
Y el problema no es otro, a mi entender, que la ausencia de criterios objetivos regulados para dirimir lo que “así sí” y lo que “así no”. Bueno, las organizaciones que promueven esta ofensiva contra el desarrollo renovable sí que se han atrevido a marcar un criterio objetivo al exigir una moratoria para los proyectos de más de 5 MW. Dos apuntes al respecto. La última moratoria a las renovables fue aprobada por el Gobierno del Partido Popular en 2012 y dejó casi a cero durante más de un lustro el desarrollo de las renovables. Pensar que con instalaciones de menor potencia que la indicada vamos a avanzar urgentemente en la necesaria, ineludible y asumida descarbonización de nuestro sistema energético es mostrar un desconocimiento absoluto de la dimensión del reto que tenemos por delante.
Buscar esos criterios objetivos no es tarea fácil cuando estamos hablando de variables que entran en juego tan distintas y ajenas entre sí como la biodiversidad, el paisaje, el empleo, el recurso, las infraestructuras y otras muchas que conforman un cóctel muy complicado de ligar. No es sencillo, pero es sin duda una obligación de los poderes públicos, del Gobierno, del Parlamento, de las administraciones autonómicas y locales, pero también de la sociedad, de las entidades implicadas –empresariales y sociales– buscar esos puntos que permitan encauzar al debate. Un debate que, por un lado, deriva en cuestiones emocionales, con planteamientos radicales que rechazan el diálogo y la negociación y que, por el otro, arrasa con la apisonadora de los cientos de millones de euros de inversión que parecen justificar todo.
En mi opinión, el asunto tiene dos aspectos indiscutibles. Por un lado, la urgencia en la lucha contra el cambio climático. Todos lo sabemos y así lo reconocen los acuerdos internacionales, las legislaciones nacionales e internacionales –e incluso la primera fase del lema de los que hoy se oponen– que las renovables son la principal –no la única, cierto, pero sí la primera– herramienta para luchar contra esa amenaza para el conjunto de la humanidad que supone la crisis climática. Cabría pensar que a estas alturas estaría de sobra recordarlo, pero no, lamentablemente, hay que hacerlo cuando desde algunos movimientos se plantea como agresión la promoción de un parque eólico o de una planta fotovoltaica sin entrar a discutir sus características. Podremos discutir el emplazamiento, la dimensión, las iniciativas de los promotores para hacer partícipes a los vecinos de esa implantación, pero, por favor, la promoción renovable en sí no es un delito, como se está denunciando en muchos puntos de España, incluso antes de conocer los detalles del proyecto.
Es comprensible que nos haga poca gracia, voy más allá, que nos indigne que buena parte de ese desarrollo renovable lo protagonicen grandes corporaciones energéticas que hasta ayer se oponían a las energías renovables y que hoy siguen con sus negocios con los combustibles fósiles o fondos de inversión de cualquier rincón del mundo y a los que le son ajenos los problemas del territorio y de los habitantes en donde se implantan. Pero, no debemos demonizar la promoción renovable en sí, ni juzgar todos los proyectos con el mismo rasero.
Como decía hace meses, la transición energética por la que peleamos desde hace muchos años debe tener como elemento esencial la generación distribuida, el autoconsumo, pero también requiere inexorablemente plantas medianas y grandes. Seamos exigentes con los proyectos, pero no nos peguemos un tiro en el pie. No podemos permitírnoslo en la lucha contra el cambio climático.