Los sondeos electorales apuntan a que el 24 de julio podemos amanecer con una nueva mayoría parlamentaria. Obviamente, por los antecedentes, para los que creemos que la transición energética es una prioridad ineludible entre las prioridades de la acción política, eso no sería una buena noticia.
La moratoria del 2012, el impuesto al sol, el desprecio mostrado por los responsables de la política energética del PP, de cuyos nombres prefiero no acordarme, a todo lo que fuera cambio en el modelo energético son unas pésimas credenciales para lo que estaría por venir.
Aquella etapa retrasó el desarrollo de las energías limpias ni más ni menos que una década. Ese parón supuso, entre otros males, el desmantelamiento de la industria, especialmente eólica, que constituía una de las grandes fortalezas de nuestro país para afrontar esa transición a la que, en cualquier caso, estamos abocados. El problema es que aquella actitud negativa puede llegar ahora reforzada por la presencia en el Gobierno de una fuerza política que niega la mayor: la necesidad de prescindir de los combustibles fósiles puesto que no cree en la ciencia, niega la evidencia del cambio climático y no reconoce la necesidad de apostar por unas energías que hacen país, ni siquiera por razones económicas y estratégicas.
Con este punto de partida no descartan la posibilidad de una marcha atrás. No sé si por mi optimismo compulsivo o por mi ingenuidad ese retroceso se me antoja hoy casi imposible. El mundo va en esa dirección y en la carrera están China, Estados Unidos, con el apoyo de los republicanos, y Europa con el liderazgo de una conservadora.
En lo que va de precampaña el tema energético apenas ha aparecido y solo lo ha hecho con el anuncio del candidato de la actual oposición a la Presidencia del Gobierno de prolongar la vida de las centrales nucleares más allá de los plazos de cierre previstos actualmente y pactados (¡esto es muy importante!) con las compañías eléctricas. Creo que era lícito que en plena crisis energética, tras la invasión de Ucrania, se planteara el debate sobre la oportunidad de conceder ese aplazamiento, debate que queda cerrado inmediatamente por las cifras. Con el monto de la inversión imprescindible para que esas centrales funcionen en las máximas condiciones de seguridad diez años más (porque nadie quiere saltarse este capítulo ¿verdad?) se puede instalar potencia renovable que generará más energía y a un precio mucho más barato. Creo que el día 24 las eléctricas le dirán al señor Feijóo que esta propuesta valía para la campaña, pero que se olvide de ella … salvo que esté dispuesto a pagar una factura astronómica.
Así pues, la incertidumbre, insisto, en el caso de que se cumplan los pronósticos que hoy en día anuncian ese vuelco, está entre que se produzca un frenazo con cambios de prioridades en materia energética (el BOE dirige las inversiones) o que el nuevo Gobierno se deje llevar por la inercia, eso sí, sin empujar, ya que no podemos esperar un apoyo entusiasta de ese bloque político. Bueno, salvo que ocurriera como en el caso de la reforma laboral que de un día para otro ha pasado de ser una de las culpables de todos los males de nuestra economía a “ser sustancialmente buena”. Sería una estupenda noticia que ese cambio de opinión afectara también al conjunto de la transición energética respecto a la que el PP no ha sido tan beligerante como en otros ámbitos, pero que ha criticado en muchos aspectos. ¡Y no digamos sus previsibles socios!
Pero, tanto el frenazo como una cierta inercia serían muy negativas para este país. La transición energética requiere más ambición, un esfuerzo inmenso en inversiones públicas y privadas que solo se van a producir si desde el Gobierno se lanzan los mensajes adecuados en esa línea.
En cualquier caso, sería bueno votar, no por la inercia o el frenazo, sino por la aceleración de esa transición energética que por tantas razones tiene que ser el eje central de la acción política, más de lo que ya lo es hoy.