Salvo las iniciativas de reformar el bono social y el anuncio de una subasta de potencia renovable –ambas insuficientes a todas luces–, podemos afirmar que la política energética del Gobierno no se ha modificado ni un milímetro desde la constitución del nuevo Gobierno del Partido Popular apoyado por Ciudadanos. No es ninguna sorpresa desde el momento en que Mariano Rajoy puso al frente del Ministerio de Energía a quien desde la Oficina Económica del presidente del Gobierno inspiró la regresión llevada a cabo en los cinco años anteriores de mandato (cuatro de legislatura y casi uno en funciones). Lo dije en estas líneas comentando el nombramiento de Álvaro Nadal: era la peor de las noticias para la sostenibilidad energética hacia la que debemos caminar.
Han pasado cuatro meses y el ministro no ha cambiado para nada su discurso ni su actitud, pese al cambio de escenario en la correlación de fuerzas en el Parlamento y la cada día más evidente urgencia de actuar. Desde la soberbia que le caracteriza como persona, y que condiciona también su manera de hacer política, Nadal sigue afirmando que las renovables las tendremos que usar cuando sean maduras, sigue sin hablar de ahorro y eficiencia, no se apea de “su” Impuesto al Sol, sigue ignorando los retos que nos plantea la dependencia o las emisiones que contribuyen al cambio climático y coloca como Secretario de Estado a uno de sus colaboradores que –eso sí, desde un tono más amigable– confía la solución de todos los males (incluido el calentamiento global) al mercado, “que lo pondrá todo en su sitio”.
Iba a decir que es preocupante, pero creo que señalar que es trágico no es cargar las tintas ni un ápice. Hemos perdido ocho años, incluidos los nefastos de Sebastián, y vamos a perder otros cuatro, si nada lo remedia, mientras nuestros vecinos tienen como prioridad en sus agendas políticas la transición energética. Para Nadal el Acuerdo de París no significa nada, nuestra factura energética no es un problema, el disparatado sistema que permite unos escandalosos beneficios a las eléctricas y condena a la pobreza energética a millones de familias tampoco requiere su actuación como puso de manifiesto con sus declaraciones ante las alarmantes subidas del pool eléctrico desde enero y que han supuesto ya un aumento del 21% del recibo de la luz en el primer trimestre de este año.
Es trágico porque, como pone en evidencia el reciente Informe 2016 (con datos de 2015) del Observatorio de Energía y Sostenibilidad, “el sistema energético español continúa en una senda de insostenibilidad, sin mejorar su eficiencia energética y con un aumento de las emisiones de CO2 y otros contaminantes, así como de la dependencia exterior”. Este documento, que elabora la Cátedra BP que dirigen los prestigiosos profesores del ICAI Ignacio Pérez Arriaga y Pedro Linares, es contundente: “es necesario revertir esta tendencia, apostando por una mayor contribución de las energías renovables y, sobre todo, por el ahorro y la eficiencia energética”, palabras que a Nadal le deben sonar a herejía.
El informe pone el dedo en la llaga de las heridas de nuestro sistema energético:
• Todas las energías fósiles aumentaron su contribución al mix energético en el año 2015, pero sin duda el dato más relevante en este año fue el aumento del consumo de carbón (un 20%).
• La intensidad energética empeora, al contrario de lo que sucede en otros países de nuestro entorno. Esto choca con el gran margen de mejora en la eficiencia de los usos finales de la energía.
• La recuperación de la actividad económica y la bajada de precios de los combustibles no han sido aprovechados para seguir impulsando la eficiencia energética.
• El crecimiento de la demanda (un 5,7% en energía primaria y un 1,4% en energía final) lo ha sido, además, de forma poco sostenible, al apoyarse fundamentalmente en el uso de combustibles fósiles, lo que a su vez ha resultado en un aumento de las emisiones de CO2 (un 16%) y de otros contaminantes.
En definitiva, un panorama desolador que debería provocar un cambio radical que lamentablemente no vislumbramos. A lo peor es que Nadal sería un buen ministro de Energía de Trump, pero no debe serlo de un Rajoy que dice compartir las políticas europeas y que ya renegó de su primo el negacionista.