El debate de totalidad del Proyecto de Ley del Sector Eléctrico -se supone que la piedra angular de toda la reforma energética del gobierno- celebrado el pasado 31 de octubre en el pleno del Congreso de los Diputados puso en evidencia que no hay debate posible sobre energía. No hay debate posible porque no se trata del enfrentamiento entre dos visiones distintas de la política energética, no se trata del choque de argumentos con sus pros y sus contras, no hay siquiera un trasfondo ideológico en el mejor sentido del término, salvo que sea ideología defender los intereses de un oligopolio. No, en ese debate –recomendable su visionado en la web del Congreso- lo que quedó de manifiesto es que hay un torrente de argumentos en contra de esta reforma energética –que, de entrada, no lo es al ceñirse al ámbito eléctrico- y una torpe e incoherente justificación en defensa de lo indefendible. Es la razón contra la sinrazón. La luz de los argumentos contra la oscuridad de la defensa de los beneficios de unos pocos.
Este debate, que lamentablemente no era retransmitido en “prime time” en las principales cadenas como se merecería el tema, sirvió para comprobar que el ministro de Industria (en el papelón de defender la reforma que han elaborado los hermanos Nadal) sigue repitiendo los argumentos, supuestos argumentos, que él mismo desmiente días antes, días después, o en esa misma intervención con sus propias declaraciones al reconocer el fracaso del supuesto objetivo de “su” reforma: acabar con el déficit de tarifa. Lo dijo muy claro la Fundación Renovables desde el primer día: esta reforma está condenada al fracaso porque existe un error de diagnóstico, argumento por cierto empleado por muchos de los intervinientes en el debate.
A Soria se le nota demasiado en su tono, en su escaso entusiasmo, que es consciente de la inutilidad de su reforma para acabar con el déficit, porque se lo han dicho y explicado incluso dentro del Ministerio, pero saca a relucir su oratoria para justificar lo injustificable consciente de la tarea que está llevando a cabo: hacer de matón por encargo. La víctima: las renovables obviamente, pero ¿quién ha encargado el trabajito?
Pues está muy claro: el trabajo lo encargaron hace seis años los que tienen que perder con un proceso de ruptura del oligopolio, de democratización de la energía, de aprovechamiento de la oportunidad que plantean tecnologías accesibles a los ciudadanos y no solo a las grandes corporaciones. Sí, han alentado esta reforma los que no quieren que el país ahorre energía porque va en contra de su cuenta de resultados, aquellos a los que no les conviene que se eviten importaciones de combustibles fósiles ruinosas para nuestra economía porque quemarlos es su negocio, los que en sus memorias de responsabilidad social hablan de cambio climático y ponen mucho verde en sus logos pero actúan en dirección contraria, los que siguen con sus negocios convencionales provocando las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan ese cambio climático. Los que mantienen los mismo niveles de beneficios en un país en recesión y con una importante caída de la demanda. Los que ignoran una lacra tremenda de nuestra sociedad como lo es la de la pobreza energética, problema que ellos mismos podría contribuir a paliar. Sí, los mismos que han organizado a sus colegas europeos para trasladar a Bruselas la ofensiva anti-renovable que han llevado a cabo aquí con tanto éxito.
No, definitivamente no hay razón en su reforma, no hay más base en su planteamiento que la defensa de todos esos mezquinos intereses. Pero ese debate trajo una buena noticia: la práctica totalidad del resto de fuerzas políticas se alinearon en la descalificación de esta involución normativa. Aunque podríamos entrar a analizar los matices de las intervenciones de algunos grupos parlamentarios y recordarle a alguno muy concreto que ya podría haber empleado tanta “sensatez” cuando estaba en el Gobierno, de momento me conformo con haber escuchado a tantas fuerzas políticas los argumentos a favor del cambio de modelo energético que algunos venimos empleando desde hace tanto tiempo. No tiene mérito: es la razón frente a la sinrazón.