No es el paradigma de lo que debería y podría hacerse (tiene sus lagunas y sus trampas, no cabe duda) pero es un gran paso en la buena dirección. Estoy hablando de la Ley sobre la Transición Energética que ha aprobado la Asamblea Nacional francesa a finales de mayo a instancias del Gobierno socialista de François Hollande. Para empezar, insisto, con sus limitaciones y omisiones -que son unas cuantas-, el texto que ha sacado adelante Segolène Royal, la ministra de Ecología (¡tienen un ministerio con ese nombre!), es exactamente todo lo contrario de lo que ha sido la política energética del gobierno que hemos padecido estos últimos cuatro años en España.
Esta debatida norma, que lamentablemente no ha sido refrendada por la derecha, tiene una primera virtud: mira al horizonte, no es una norma pensada, concebida y redactada para una legislatura. No, la Ley sobre la Transición energética es una respuesta al desafío del cambio climático que arranca necesariamente por el cambio de modelo energético. “Francia se convierte en el primer país que cuenta con una legislación contra el cambio climático” afirmaba su promotora que obviamente tiene muchas ganas de convertirse en la anfitriona perfecta, con los deberes hechos, de la Cumbre de París del próximo mes de diciembre.
Los tres pilares de la nueva norma son el transporte sostenible, la rehabilitación energética de edificios y las energías renovables. En el primero de ellos se pone el acento en el transporte privado con una apuesta importante por el vehículo eléctrico aunque no se profundiza en las medidas sobre el transporte colectivo, las grandes infraestructuras o diseños urbanísticos.
Sí que desarrolla con numerosas medidas y medios económicos el segundo eje de esta norma y que algunos venimos reclamando como política prioritaria para nuestro país: la rehabilitación energética de edificios. Con un presupuesto inicial de 10.000 millones de euros para los tres primeros años está prevista la renovación anual de 500.000 edificios ritmo que luego deberá acelerarse puesto que antes de 2030, todas las viviendas de nuestro país vecino deberán rehabilitarse para consumir menos energía. Para ello se fija un techo de consumo por metro cuadrado y año y, muy importante, se simplifican los trámites administrativos para llevar a cabo las obras. La Ley contempla también la obligación de que toda nueva obra deberá tener muy en cuenta el conjunto de la normativa medioambiental y marca la necesidad de que todos los edificios públicos lleguen a generar más energía de la que consumen.
Por último, no menos importante pero sí más simbólico, la Francia nuclear da paso a un futuro en el que no se cuenta con más potencia procedente de la combustión del uranio sino con cada vez más energías renovables que en 2030 tendrán que suponer un 32% del consumo final de energía. La Ley supondrá el cierre paulatino de las centrales nucleares para pasar de ser hoy el origen de tres cuartas partes de la electricidad producida en el país o solo la mitad en 2030. El gobierno socialista no ha ido tan lejos como la conservadora Merkel a la hora de prescindir del parque de generación nuclear pero ha dejado muy claro que lo ha sido desde hace sesenta años un signo de identidad de su país y el eje de su política energética ha dejado de ser definitivamente una opción de futuro.
Los partidarios de esta tecnología obsoleta del siglo XX que en tantos casos la defienden desde la ignorancia de las cifras reales de sus costes e ignorando irresponsablemente los riesgos de su uso pierden ahora su último asidero argumental: “pero mira Francia que sí que apuesta por la energía nuclear”. Ya no, ya no tienen ni eso.
Cabe pensar que el próximo otoño este país tendrá un nuevo gobierno, que indefectiblemente será una coalición de varias fuerzas políticas. Sería más que deseable, sería desde luego imprescindible que esas formaciones trabajen desde ya en el acuerdo en esta materia para que este país cuente también con una Ley de Transición Energética. Es una premisa ineludible desde todos los puntos de vista: social, económico, tecnológico y estratégico. Nosotros también necesitamos cambiar de rumbo. ¡Ya!