El titular iba ser una interrogación, pero… no, creo de verdad que hemos perdido el Norte. Y el Norte está bastante bien definido. Hace unos días se hacía público el sexto informe del IPCC (Panel Intergubernamental Cambio Climático) a modo de resumen de la investigación realizada por cientos de científicos de todo el mundo durante los últimos 8 años. Recuerdo la conclusión: se nos acaba el tiempo. Lo sabemos desde hace mucho, sí, pero el tono del informe, así como el de las palabras del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, es cada vez más rotundo. “Se cierran las ventanas de oportunidad para lograr un futuro vivible y sostenible para todos”.
Ante este panorama la primera receta de la comunidad científica es muy clara: energías renovables. No es lo único que tenemos que hacer, está claro, pero es lo primero, lo más urgente, lo imprescindible.
Pues bien, desde hace dos años a la tradicional oposición al desarrollo renovable de los sectores más reaccionarios, a los planteamientos negacionistas, al boicot de las grandes corporaciones energéticas que van a pelear duro para que sigamos quemando petróleo y gas mientras disfrazan sus intenciones con una pequeña guinda renovable en sus negocios fundamentalmente fósiles, a todos ellos se añaden desde hace un par de años nuevos palos en la rueda desde planteamientos progresistas y conservacionistas.
Ese movimiento, que se concretó en un eficaz eslogan de pancarta sobre el que está todo dicho y escrito, tuvo su apogeo en la ceremonia de los premios Goya del cine español cuando el director de la película laureada lo empleaba en su discurso de agradecimiento.
Pero no es eso lo más significativo. Lo que me lleva a afirmar lo que dice el título de esta columna es la cantidad de literatura que se ha publicado en los últimos meses desde ámbitos en los que hasta ayer se apoyaban las renovables que, partiendo de aceptar tímidamente la primera parte del lema (“Renovables sí”), cargan ahora las tintas en la segunda parte (“pero así no”), que dejan como conclusión en demasiados casos una demonización, sí una descalificación absoluta del negocio de instalar parques eólicos y plantas fotovoltaicas.
He denunciado en esta columna, y allí donde me han invitado a hablar, la proliferación de mega proyectos (la proliferación digo, porque algunos harán falta) y lo inapropiado de las promociones planteadas a espaldas de la población local, he reclamado compensaciones relevantes para los municipios y sus habitantes y respeto a la biodiversidad, he criticado la ausencia de políticas más contundentes en favor de la generación distribuida. Hasta aquí estamos de acuerdo. La implantación de las renovables se puede y, por tanto, se debe hacer mejor.
Pero también he sido testigo de cómo este paraguas del “así no” ha servido para paralizar proyectos bien planteados, he comprobado cómo este “estado de ánimo” ha amparado decisiones arbitrarias de servicios medioambientales autonómicos que consideran que “la posibilidad (no demostrada) de la muerte de una sola ave justifica el rechazo del proyecto” y que ha creado muchas dudas sobre el reto de descarbonizar nuestra economía en capas de la sociedad que deberían ser la vanguardia en esta tarea.
Lamentablemente, esta cruzada purista anti–renovable tiene extraños compañeros de viaje como lo son esos cientos de tuiteros anónimos que días atrás culpaban a la eólica de estar detrás de la oleada de incendios intencionados en Asturias.
Afortunadamente en este debate hay voces y aportaciones constructivas para definir el necesario “así sí”. A una primera aportación de la Fundación Renovables en julio de 2021 con un documento (“Renovables, ordenación del territorio y biodiversidad”) que sentaba las bases para conjugar el desarrollo de las renovables con el máximo respeto al territorio se han unido otros estudios como el de Pedro Fresco (“Conflictos sociales por el desarrollo de energías renovables en el territorio. Causas y propuestas de mejora”) o la más reciente iniciativa de Ecodes para mostrar los casos de éxito en la implantación de proyectos eólicos y fotovoltaicos. Son planteamientos proactivos para avanzar en la imprescindible transición energética y no recrearse en la descalificación desde el púlpito que se ha puesto tan de moda, para satisfacción de gasistas y petroleros. Dejemos las poses y avancemos. ¿O es que estamos tontos?