Sin lugar a dudas los debates más interesantes de las Jornadas celebradas en Madrid, coincidiendo con la feria GENERA, han sido los dedicados al autoconsumo. Frente a la monotonía de otras jornadas en las que cada ponencia da paso a unos tímidos aplausos de cortesía, en los que el tono monocorde de las intervenciones solo se rompe fugazmente con el intento del ponente de introducir un chiste, de la sucesión de discursos previsibles, en esta ocasión —como hace un mes en las jornadas organizadas por UNEF sobre el autoconsumo— hemos podido oír murmullos de desaprobación, incipientes abucheos e incluso algún entusiasta “bravo” de la clac de uno de los representantes del sector convencional al término de su provocadora intervención.
Sí, ha habido controversia, se han puesto en evidencia manifiestas y profundas discrepancias de fondo y de forma, se palpa una tensión poco habitual en estos foros que refleja que la crispación ha saltado de la política al debate energético. Ya lo decía en un anterior “Renovando”: algunos están muy nerviosos, casi histéricos. ¿Por qué saltan ahora las chispas con esto del autoconsumo? La respuesta, a mi entender, es muy sencilla: porque el autoconsumo no es un tema coyuntural; no es ni mucho menos “una salida a la situación de la fotovoltaica” (aunque pueda ser muy positivo para una industria maltratada por el BOE desde hace años); no es un capricho de unos fabricantes ni la necesidad de unos instaladores desesperados.
No, la pasión de los ponentes, los dardos dialécticos envenenados que se cruzaban, el empeño en convencer frente a tantas intervenciones de trámite como las que estamos acostumbrados a escuchar, tienen todo su sentido porque estamos ante uno de los pasos más significativos del cambio de modelo energético en el que —lo quieran algunos o no— estamos inmersos.
Estamos a las puertas de una auténtica revolución porque, entre otras cosas, el coste de la fotovoltaica ha bajado todo lo que se negaba que iba a bajar y un poco más. Estamos a las puertas de una auténtica revolución porque los ciudadanos empiezan a preguntarse por qué su papel debe limitarse al de sumiso consumidor. Estamos a las puertas de una auténtica revolución porque algunos tendrán que reinventarse mucho más deprisa de lo que sus estrategas (entretenidos hasta ahora en planificar más y más ciclos combinados) habían podido vislumbrar.
Si el desarrollo de las energías renovables había abierto una espita en el “cortijo” eléctrico que las empresas convencionales trataron de cerrar, tomando posiciones en el nuevo negocio que hasta cinco minutos antes habían despreciado, ahora con el autoconsumo puede abrirse una brecha que dé la vuelta a la tortilla o, más bien, a la pirámide que hoy sitúa a los ciudadanos en la base como consumidores aplastados por la oferta y que debería situarnos como los dominadores del negocio desde la gestión de la demanda, la autoproducción y el uso inteligente de la energía y de los servicios que puedan prestarnos empresas pequeñas, medianas e incluso — sí ¿por qué no?— las grandes empresas del sector, eso sí desde la elección y no desde la imposición.
Los que creemos que el autoconsumo es una pieza fundamental del nuevo modelo no queremos que la normativa de balance neto, que debe hacerlo posible y rentable, nos frustre las expectativas; no queremos una chapuza normativa que desacredite esta interesante opción en la que solo tiene que existir un gran beneficiario. Ni tiene que regularse precipitadamente para que algunos alivien su stock de placas ni tiene que posponerse indefinidamente para que otros eternicen su negocio. Pisemos en firme porque, si me lo permiten, puede ser un pequeño paso para el sistema eléctrico pero un gran paso para los ciudadanos.