Cero son los MW eólicos instalados en España en 2015 según los datos -siempre fiables- de la Asociación Empresarial Eólica. Por primera vez en treinta años no se ha erigido en nuestro país un solo aerogenerador para incrementar nuestro parque de generación eléctrica de forma sostenible. Hace solo doce años éramos el tercer país en potencia instalada y con un pujante sector industrial que creaba puestos de trabajo de calidad, que contribuía a mejorar significativamente nuestra balanza comercial y que, entre otras cosas, situaba a España en la vanguardia tecnológica de un sector con gran proyección.
No cero, pero sí escasos veinte MW son los instalados el pasado año del resto de las tecnologías renovables. No cero, pero sí muy escasos (para la magnitud de las necesidades) doscientos millones de euros se destinaron desde el Ministerio de Industria a la rehabilitación energética de edificios, política que debería ser la prioridad de las prioridades. No cero, pero sí ridículas partidas presupuestarias son las que se han aprobado estos años para políticas de eficiencia energética. Y así con números podíamos seguir describiendo el devastado panorama que han dejado los cuatros años de gobierno de los Nadal-Soria y –no lo olvidemos– el lamentable prólogo de las últimas actuaciones de Industria en la legislatura precedente.
Cero quizás no sea la cifra adecuada para identificar el nivel actual. Deberíamos seguramente hablar de un guarismo negativo porque el salto atrás nos ha retrasado más de lo que hubiera supuesto no haber tomado la salida en este camino de dotarnos de un sistema energético más sostenible; negativo por el daño que se ha hecho a particulares y empresas que, alentados por el Estado desde el BOE, cogieron la senda que las ha llevado a graves dificultades en el mejor de los casos y a la ruina en los peores. En negativo sí, porque para justificar una normativa que solo tenía como objetivo perpetuar los intereses del oligopolio se ha desprestigiado y vilipendiado al sector, a la tecnología y a sus agentes.
Ahora toca pasar del cero al infinito. El infinito no es una cifra, ni es tampoco una utopía. Infinito es el campo de actuación en materia energética que va desde la restauración de la seguridad jurídica hasta la normalización normativa de un derecho como lo es el de ciudadanos y empresas a generar y usar su propia energía, eso que llamamos autoconsumo, y que para el anterior gobierno suponía una peligrosa actividad cuyo ejercicio podía ser castigado con multas de hasta sesenta millones de euros. De infinito podría calificarse el margen de ahorro en el consumo de energía que tenemos por delante, infinito podemos decir, aunque sesudos y rigurosos estudios como los de los profesores Linares y Lavandeira lo hayan cuantificado en un 50 por ciento del consumo actual. Lo que decía, infinito.
No es infinito, pero sí nos puede parecer así, dado lo que hemos escuchado a los responsables de la política energética, lo que supondría el esfuerzo de dejar atrás nuestra dependencia energética, reducir drásticamente nuestras emisiones ahora que el cambio climático se hace elocuente cada día más y con más nitidez, descarbonizar el transporte o dejar atrás el control del oligopolio.
Efectivamente desde el cero –o desde el menos no sé cuántos en el que nos han dejado– puede parecer una tarea imposible abordar la consecución de ese horizonte. Pero también son infinitas las posibilidades tecnológicas, las razones para coger ese camino; infinitos los beneficios socioeconómicos que reportarán y, no infinitos, pero sí numerosos los ejemplos en países de nuestro entorno que lo demuestran.
No va a ser fácil y mucho menos con la actitud con la que las fuerzas políticas han afrontado de inicio el nuevo y complejo escenario político. En lugar de empezar por reforzar los “denominadores comunes”, las coincidencias, que en el caso del rechazo a la política energética del PP incluía a todo el resto del arco parlamentario, se dedican a crear y ensalzar los puntos divergentes. Antes de concluir la legislatura reclamaba desde esta columna la necesidad de empezar a elaborar la alternativa a esos despropósitos frente a los cuales estaban todos de acuerdo. Ahora me pregunto: ¿a qué esperan?