Sergio de Otto
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Mientras aquí la montaña pare un ratón —léase el Proyecto de Ley de Economía Sostenible— e Industria saca pecho con una apuesta cortoplazista por las renovables, el mundo sensibilizado con la evolución del planeta contiene el aliento ante la cita más crucial de la Historia de los responsables políticos de todo el mundo. Ni las conferencias en las que potencias se repartían medio mundo trazando con regla y compás las fronteras de nuevos —y a veces ficticios— países, ni las cumbres previas y posteriores a las grandes guerras, tuvieron la trascendencia que tiene ahora la cita de Copenhague. Lo que está en juego ahora no son las relaciones de poder, económicas o estratégicas de unas naciones o de otras o los intereses de unas grandes corporaciones capaces de poner en guerra a dos países, no, de lo que hablamos ahora es sencillamente de la relación del ser humano con la tierra que le acoge desde hace miles de años.
Una relación que se ha vuelto insostenible y de la que, según la práctica totalidad de los expertos, estamos a punto de cruzar el punto de no retorno. O se toman decisiones drásticas en la capital danesa o habremos condenado a que por primera vez en la historia de la Humanidad la acción del hombre sobre su entorno tenga consecuencias devastadoras de forma global sobre sus propias condiciones de vida.
Obama y el régimen de Pekín han hecho en las vísperas de la cita unos pequeños guiños que en principio resultan insuficientes pero que —agarrémonos al optimismo— pueden indicar una voluntad de no hacer fracasar la cumbre, intención compartida tímidamente por esa vieja Europa que no se atreve a liderar con determinación el proceso de la forma que, seguro, desearían la mayor parte de sus habitantes.
Son muchas las políticas implicadas en esta lucha por evitar el cambio climático, pero todos estamos de acuerdo que hay una determinante por su responsabilidad en la emisión de los gases de efecto invernadero que han causado el cambio climático: la energética. Durante lustros los mensajes desde las empresas del sector y desde las administraciones nos condenaban a seguir quemando petróleo, carbón y gas “porque no existen alternativas viables”. ¡Claro que existen! ¡Evidentemente es posible dotarnos de energía de otra forma sin comprometer el clima de la tierra!
Son numerosos los ejemplos por los cinco continentes de cómo el hombre puede obtener de los recursos naturales y renovables la energía suficiente para su desarrollo y confort y en costes, no sólo asumibles, también más económicos. Aquí en casa, tenemos el ejemplo de la energía eólica que este mes de noviembre llegaba a cubrir durante varias horas más del cincuenta por ciento de la demanda eléctrica de nuestro país. Les aseguro —y llevo ya unos años en esto— que ni uno solo de los dirigentes de nuestras empresas energéticas convencionales hubiera creído hace seis años que este hito iba a ser realidad en 2009. No podemos saber el papel que tendrá la eólica dentro de 30 o 50 años pero hoy, y aquí, es la prueba fehaciente de que se puede dar la vuelta al modelo energético y mucho más rápido de lo que nos han querido hacer creer durante tanto tiempo.
Y además, como lo han vuelto a ratificar contundente e incontestablemente los estudios de AEE y APPA sobre el impacto macroeconómico de las renovables, de la manera más rentable para el conjunto de la economía de nuestro país, aunque —como apuntaba el mes pasado— las cuentas de resultados, de los que no quisieron enterarse por donde va el mundo, se resientan.
Y de lo más global a lo más local. El acuerdo del Consejo de Ministros sobre el desdichado Registro de Pre Asignación, acuerdo con el que Industria trata de deshacer la madeja que el mismo formó, no llegó acompañado —al menos hasta el cierre de la revista— de la imprescindible relación de las empresas inscritas. Por tanto, el sector sigue parado a día de hoy.
Pero lo cortés no quita lo valiente. Hay que valorar positivamente, con la ofensiva antirenovable que está cayendo, la salida a la palestra del Gobierno apostando por las renovables con una cuantificación superior a lo previsto en el PER. Y lo que es más importante: si en el preámbulo del RDL 6/2009 aparecían expresiones como “insostenibilidad de la primas” ahora en el BOE hemos podido, por fin, leer algo que suena bien: los retornos de los que hablan los citados estudios macroeconómicos son “beneficios que en su conjunto exceden ampliamente a los costes y justifican el marco regulatorio de apoyo a las energías renovables.”. Algunos llevamos mucho tiempo diciéndolo.