No era necesario un accidente nuclear para ver lo que tenemos delante de nuestros ojos. No era necesaria la concatenación de hechos que nunca el ser humano podrá prever y que hace vulnerable al más complejo de los sistemas de seguridad. No era necesario que decenas de miles de personas huyan de sus hogares, que bomberos y técnicos arriesguen sus vidas, que cientos de miles de personas desconfíen de los alimentos y del agua. No, no era necesario Fukushima para saber que la energía nuclear es una tecnología del pasado y no es, no lo es en ningún caso, una opción energética de futuro.
Lo que tenemos delante de nuestros ojos y no queremos ver, no quiere verlo la clase política en su práctica totalidad, no quiere verlo una gran parte de los medios de comunicación, no quieren verlo columnistas, tertulianos y editorialistas, lo que es obvio y se ignora es que desde hace años tenemos la gran oportunidad de anticiparnos al futuro, de liderar –como lo estábamos haciendo en algunos aspectos– un camino que el resto de los países van a recorrer sí o sí: construir un modelo energético sostenible con el ahorro, la eficiencia y las renovables como pilares.
Sin embargo, estos últimos días, observamos que la catástrofe de Fukushima no solo no ha rebajado el fervor de buena parte de los profetas de la energía nuclear sino que ha sido un acicate para descalificar una vez más a las energías renovables, despreciándolas como opción que no puede ni siquiera considerarse. Desnudos ante la evidencia de la caída de uno de los mitos de la tecnología nuclear, el de la seguridad (el otro, el de la “energía más barata”, se resisten a debatirlo), buscan ahora en la descalificación de las renovables el argumento para presentar la nuclear como el mal menor al que, queramos o no. estamos condenados ante la ausencia de alternativas.
Es paradójico que se pretenda presentar como la “única alternativa” a la dependencia energética del exterior una fuente de energía de la que no disponemos del recurso básico, el combustible –no, no enriquecemos uranio, lo importamos– y tampoco, lo que en este caso es más importante, tenemos la tecnología. Aún así se pretende todavía, y lamentablemente ha calado en buena parte de la opinión pública, vender la nuclear como una energía autóctona sencillamente porque esas centrales están localizadas aquí y porque, eso sí, tenemos unos ingenieros que saben usarla.
Es paradójico, precisamente estos días, que se siga insistiendo en el carácter limpio de la energía nuclear minusvalorando o negando en ocasiones el problema de los residuos, y que muchos de estos profetas, que hasta hace dos días negaban el cambio climático, ahora se disfracen de salvadores del planeta encabezando la lucha contra esta amenaza. La conversión de tantos escépticos puede que acabe resultando la única ventaja de este debate sobre la nuclear que lleva ya varios años abierto, aunque muchos siguen pidiendo su apertura pues confunden la conclusión deseada con el comienzo del mismo.
Es lamentable que además de negarse a reconocer la gravedad de lo que está ocurriendo en Japón estén, como síntoma de la defensa desesperada de su dogma nuclear, echando tierra sobre la alternativa real, sensata, sostenible con la que contamos para el conjunto del planeta pero que además cuenta con numerosas ventajas añadidas en el caso de nuestro país.
Entre las reacciones más decepcionantes, una vez más cabe señalar la del máximo responsable de la política energética del Gobierno, el ministro de Industria, que no solo no ha hecho una mención a la situación todavía privilegiada de España en el desarrollo de las renovables, sino que aprovechó el escaparate de la reunión de ministros de la energía de la Unión Europea para reivindicar una vez más la errónea, disparatada y retrógrada apuesta por el carbón, aunque no dejó de poner en evidencia una vez más su confianza en la nuclear.
¿Cómo es posible que estemos perdiendo tanto tiempo en debatir sobre una tecnología que ya estaba descartada por la economía y que ahora será sepultada por la losa de unos altísimos intereses del capital que impondrán unas conservadoras o cobardes instituciones financieras?
Como aconseja el maestro Domingo Jiménez Beltrán el debate no debe durar más de medio minuto. “¿Quiere nucleares? ¡Pues hágalas!”. No se harán, no habrá empresa que invierta su patrimonio, banco que preste el capital necesario, ni gobierno que se atreva por la vía de la subvención.
Creo que es necesario dedicar de nuevo todos los esfuerzos en difundir y divulgar –como lo hacen estas páginas de Energías Renovables desde hace 99 números– la necesidad, viabilidad y oportunidad de hacer la energía con lo que la naturaleza nos ofrece cada día, con los recursos que tenemos, con la tecnología que controlamos y con unos inmensos retornos socioeconómicos que están más que demostrados. Que abran los ojos, por favor.