“Con las renovables hubo precipitación por ideología e intereses. Fue una precipitación clarísima por un deseo ideológico, aparte de que siempre hay intereses detrás de las cosas”, manifestaba el pasado mes de diciembre el ministro de Energía, Álvaro Nadal.
Era la perla del día contra las renovables con las que nos regala un día sí y otro también desde que está al frente de esta cartera, tarea en la que ha tomado el relevo de su hermano Alberto cuando era secretario de Estado. El error regulatorio que se produjo en el desarrollo de la fotovoltaica, que nadie niega, ha servido de coartada para que este y anteriores gobiernos desde 2009 hayan hecho el inmenso favor a las titulares de las instalaciones convencionales de frenar el desarrollo de las tecnologías limpias y autóctonas y llevar la ruina a muchos inversores (entre ellos miles de familias) que se creyeron lo que decía el BOE. Aburre ya escuchar al ministro y a su secretario de Estado referirse a la “hipoteca”, “lastre”, “desmesura”, “exuberancia irracional”, “excesos” o “descontrol”, en lugar de hablar del futuro, salvo que sea para garantizar el del carbón y la nuclear.
Lo que llama la atención es que el mismo ministro que hace meses afirmaba sin ningún género de duda que íbamos a cumplir los objetivos de la Unión Europa (en 2020 las renovables deben cubrir el 20% de la demanda final de energía), y que denunciaba dicha supuesta improvisación, se haya sacado del sombrero en tres meses dos subastas que suman 6.000 MW de nueva potencia renovable, que se han llevado a cabo desoyendo al sector, a las entidades sociales y a la propia Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia.
Una subasta a la que muchos promotores han renunciado razonablemente porque en 2019 una revisión de la “rentabilidad razonable” puede hacer ruinoso lo que hoy se presenta como rentabilidad mínima para lanzarse a la piscina de emprender la implantación de nuevas centrales de cualquiera de las tecnologías renovables. Otros (sí, bastantes) han acudido “porque es lo que hay” y hay que amortizar el tiempo y esfuerzo realizado hasta ahora. Ya veremos cuánta potencia y cuándo se pone finalmente en marcha.
Lo que es indignante es que al mismo tiempo que convoca una segunda subasta de 3.000 MW (por cierto, en las mismas condiciones que la anterior argumentando que el resultado “fue muy satisfactorio”), Nadal anuncie que va a reducir a la mitad la rentabilidad de las renovables y avisa de los peligros para los pequeños inversores en las participaciones en estos tipos de proyectos. Es indignante porque el recorte a las renovables ya ha sido demoledor, lo vamos a acabar pagando los contribuyentes (solo a los fondos extranjeros de inversión) con los fallos de los tribunales internacionales de arbitraje. Y es muy indignante porque el peligro para esos pequeños inversores a los que ahora quiere proteger es él, es su política, es su empeño en convertir las renovables en un producto financiero.
¿Cuál es la intención de Nadal con esta fiebre repentina de subastar potencia (¡craso error! en todo caso habría que subastar kWh) renovable? ¿Cumplir el expediente? ¿Tener unas renovables con precios de saldo si hace realidad la amenaza de cercenar dentro de tres años su retribución? Lo que sí tenemos claro es que, aunque saque pecho presumiendo de su independencia frente a las eléctricas, nunca tocará los más de 6.000 millones de euros de beneficios que las tres grandes eléctricas de este país siguen obteniendo año tras año. Sí, lo sé, que buena parte viene de su negocio exterior, pero…. aquí siguen disfrutando de beneficios caídos del cielo (por mucho artificio contable que se invente), pagos incontrolados en distribución en un sistema pensado para proteger a esas grandes compañías del que la restrictiva normativa del autoconsumo es el mejor ejemplo.