Se debate, con vehemencia interesada o sin ella, cuál ha de ser el mix energético más adecuado para nuestro país; considerando la descarbonización de la economía, la competitividad, el bienestar, el coste de generación, las externalidades y la garantía de suministro. Una cuestión apasionante, puesto que son muchas y diversas las variables a considerar. Es preciso definir el mix que deseamos tener a medio y largo plazo, y ha de quedar establecido por el próximo Gobierno, con el inconveniente, o la ventaja, de que los méritos, o los fiascos, habrán de soportarlos Ejecutivos venideros.
Al ser imposible adivinar el futuro, se ha de trabajar sobre algunas certezas. Los hidrocarburos líquidos han de buscar su inminente retiro a los países emergentes, mientras que los gaseosos atisban una jubilación anticipada en esos mismos destinos, aunque más progresiva y no tan próxima. Serán las renovables las grandes protagonistas del mix que ahora se configura, apoyadas por un respaldo de gas que irá reduciéndose con las nuevas modalidades de almacenamiento.
La velocidad de electrificación de los consumos, que se acelerará con la movilidad eléctrica, y la salida cercana de carbón y progresiva de nucleares, dejará un enorme margen de crecimiento para la fotovoltaica y la eólica y, en mucha menor medida, para termosolar y otras fuentes de producción renovable. El previsible descenso de la lluvia y la obsolescencia de los actuales ciclos de gas, acrecentarán esta tendencia, hasta adecuarse a la demanda.
El rumbo está trazado, las vicisitudes marcarán la velocidad de este inexorable proceso. Pero, ¿qué pasa con el mix de tipos de propiedad de este incipiente parque de generación? Esta cuestión ha de ser abordada antes de que sea demasiado tarde, puesto que vendrá determinada por el marco normativo y, según se diseñe, legará unas consecuencias económicas u otras, por lo que ha de quedar definido, junto con el mix energético, un mix de propiedad equilibrado.
Las grandes empresas del sector tienen una capacidad extraordinaria para maximizar beneficios, en especial con vientos normativos favorables. Pero las consideraciones meramente empresariales no siempre son capaces de resolver las cuestiones del largo plazo. El Estado, en no pocas ocasiones, ha sabido suplir estas deficiencias, siendo un ejemplo significativo las retribuciones que se otorgaron a las primeras instalaciones renovables, sin las cuales hubiera sido imposible tener ahora la oportunidad de implantar el nuevo modelo energético, que nos permitirá mantener nuestro progreso. Sin el impulso que los Estados dieron a las renovables, ahora solo habría una opción para evitar los escenarios más devastadores del cambio climático: paralizar el crecimiento e iniciar sendas regresivas.
Afortunadamente, y a la espera de que los impulsores de tecnologías como la fotovoltaica sean restituidos por su esfuerzo inversor y recuperen la seguridad jurídica que les fue arrebatada, contamos con la posibilidad de generar energía con el Sol y el viento. El Sol es el gran activo de nuestro país, el turismo y la agricultura son sectores que combaten nuestro endémico déficit comercial, producido por la necesidad de importar productos energéticos.
Ahora, tras los vertiginosos avances tecnológicos experimentados en fotovoltaica, el Sol vuelve a ponerse de nuestra parte, pero sus beneficios económicos podrán quedar concentrados o distribuidos. El ingente volumen de recursos que mensualmente destinamos los ciudadanos a comprar energías puede permanecer concentrado y fuera de nuestro entorno o repartido en nuestras economías locales. La diferencia entre una opción y la otra no requiere mayores explicaciones y pueden deducirse sin conocimientos avanzados de Economía. No debemos sucumbir ante el falaz razonamiento de la mayor eficiencia económica derivada de la ultra concentración de la producción, realidad que sólo se verifica en los balances de un grupo selecto de empresas; pero no en la economía general de un Estado. La cualidad cortoplacista de las grandes empresas, en alianza con la mezquindad de muchos consumidores ha de ser combatida con cultura, porque la economía de mercado o es inclusiva o se autodestruye.