El autoconsumo fotovoltaico es una excelente solución para satisfacer buena parte de nuestras necesidades energéticas con unos costes muy contenidos y sin generar emisiones perjudiciales para el medio ambiente, es una opción que aporta satisfacciones personales ético/morales y ventajas para las economías domésticas y/o empresariales.
El periodo de amortización de los equipos nos viene dado, fundamentalmente, por el precio que nos hubiera costado la energía que autoproducimos si la hubiéramos tenido que comprar a una comercializadora a un precio fijo el kWh, o el que nos hubiera ofrecido el mercado horario (PVPC).
El horizonte que traza a día de hoy el mercado de futuros es de precios de la electricidad que serán cada año más bajos y, en buena lógica, las horas centrales del día aportarán precios sorprendentemente reducidos si no se cambia la forma de retribuir la oferta horaria de la energía, un esquema en el que se está dando la paradoja de que capturan precios muy bajos las solares, mientras que las fuentes de generación no renovables alcanzan precios más elevados en horario nocturno, a pesar de que muchas industrias migren sus procesos a horas fotovoltaicas.
La realidad es que la tecnología fotovoltaica nos ofrece dos caminos para beneficiarnos de precios baratos en las horas diurnas: uno sería a través del autoconsumo y otro por medio de la producción que vuelcan a la red de distribución los parques fotovoltaicos pequeños y medianos, y también a la de transporte los parques grandes y los desmesurados.
Este escenario resulta especialmente esperanzador para nuestro país, puesto que cuenta con un elevado número de horas de sol, un territorio adecuado para instalaciones fotovoltaicas y unas redes adecuadas. Con energía limpia y barata atraeremos, sin duda, centros de producción que busquen ajustar el coste energético de sus instalaciones de producción y que, por cuestiones de imagen y/o principios, aspiren a que dicha generación sea de origen renovable.
Así pues, contamos con una oferta atractiva de energía barata para ciudadanos y empresas, que además de facilitarnos y abaratarnos la vida a los ciudadanos, atraerá inversión extranjera y, con ello, puestos de trabajo, dinamismo económico y bienestar social. Esta “piedra filosofal” se llama fotovoltaica y, evidentemente, no surgió de la nada.
En España fueron 65.000 familias las que movilizaron 25.000 millones de euros, pedidos a la banca y avalados con sus propios hogares familiares, para dar los primeros y más difíciles pasos de la transición ecológica, a partir de los años 2004-2008. Superadas dificultades de todo tipo, lógicas cuando se inicia un cambio radical de paradigma, lograron sacar adelante sus instalaciones frente a un escenario de resistencias casi insoportable de aquellos lobbies que colocaron su primera línea de defensa en la propia negación del cambio climático.
Este colectivo nos legó una solución esencial para evitar los peores efectos del cambio climático, para disfrutar de las ventajas del autoconsumo, para tener energía barata de la red y para gozar de una ventaja competitiva clave para nuestra economía, hasta ahora muy dependiente de los servicios y poco industrializada. Estas gentes también han dado buena muestra de compromiso ético, promoviendo la necesidad de electrificar sobre renovables los consumos energéticos, convenciendo casi puerta a puerta a vecinos y amigos de que la urgencia climática debe combatirse con cada pequeño gesto.
En cada parque y en cada placa de autoconsumo hay un pedazo de este tejido pionero productor fotovoltaico, cuyo “premio” ha sido ver cercenadas sus retribuciones y contemplar cómo los inversores internacionales sí se ven compensados por tan injustos recortes retroactivos.