El gas controla la electricidad y, hasta que no se diversifique el mercado mayorista eléctrico, podría seguir haciéndolo, incluso si sólo representara un volumen marginal.
Hablando con más propiedad se tendría que decir: el precio del gas influye en el precio de la electricidad. El geopolítico diría que el gas es Putin, y nos controla porque quiere que se certifique rápidamente el Nord Stream 2, antes de que se haya formado nuevo gobierno en Alemania. Hace años la buena noticia era, hablando en aquel entonces sobre el peakoil, que la OPEP ya no estaba controlando el precio del crudo, y la mala noticia era que nadie lo controlaba. Ahora estamos ahí con el gas: se acabó el gas barato.
La buena pregunta es: ¿por qué tenemos que estar a la merced de la geopolítica, o estar en el caos del descontrol, a la hora de determinar el precio de nuestra electricidad? A efectos prácticos como consumidor podría no importarnos el motivo, lo que queremos es pagar un precio razonable.
En el sector eléctrico, los problemas se solucionan a golpe de Real Decreto-Ley, de hecho, hay más regulación introducida por esta figura legislativa urgentísima que por la forma no urgente. El Real Decreto-Ley 17/2021 pretende solucionar el problema quitándole al sector eléctrico los beneficios caídos del cielo. Conceptualmente no estoy en desacuerdo de corregir beneficios caídos del cielo, si los hay. De hecho, en el pasado he firmado varias demandas y denuncias ante la Comisión Europea y la fiscalía anticorrupción por ello. Ya que estaban en ello, podrían haberlo arreglado también para alguna situación que otra del pasado, pero eso es aparte.
Reformulo mi pregunta de antes: si como regulador veo que se están cayendo los beneficios del cielo, ¿no se deberían fijar en este cielo para ver la solución?
La última unidad que entra en la casación del mercado marginalista de electricidad es la que define el precio de todas las unidades casadas. En los mercados europeos cada vez hay más renovables, menos carbón y nuclear, y el gas como panacea para acomodar la transición energética. Este diseño causa precios erráticos, y opera como un “lock in” del precio de electricidad renovable en la era fósil. Cuando utilizamos la metáfora de los beneficios caídos del cielo, este cielo representa la regulación, y las cosas caen donde no tienen que caer porque el regulador, de entrada, no ha hecho bien las cosas. Usamos la metáfora para crear la sugerencia de que el culpable es quién recoge lo que cae, cuando realmente el culpable es quién diseña una malla para naranjas cuando necesita un garrafón de aceite.
La quintaesencia es que no tiene ningún sentido utilizar el gas como señal de precio en un mercado próximamente dominado por electricidad que proviene de renovables.
Dejando aparte los beneficios caídos del cielo de la nuclear o gran hidráulica, de ello ya hemos comentado lo suyo en el pasado –podéis consultar la hemeroteca si os interesa el tema–, hablemos un momento de la posibilidad de tener mercados diferenciados para productos diferenciados. Un mercado para un producto con costes principalmente marginales, y otro para producto con costes principalmente hundidos. En el primer mercado será determinante el coste de la materia prima utilizada, y en el segundo lo será el coste medio nivelado de la producción de energía.
Con la normativa de hoy, el mercado para tecnologías renovables tendría que ser a plazo, si se considerase que no debería ser el algoritmo de formación de precios de carácter marginalista, y podría añadirse, como sistema de apoyo, una cuota de mercado que correspondería con los objetivos de descarbonización de la Unión Europea. Lo que aprendemos estos días es que un debate sobre el diseño de mercado que hace apenas unos años parecía filosófico, o por lo menos futurista, hoy ya no lo es. Lo que podemos hacer con la normativa vigente europea es claramente insuficiente, y los Estados miembros no pueden procrastinar el rediseño de los mercados eléctricos basados en 100% renovables. Ni los ciudadanos, ni el clima les perdonarán.