Es habitual en muchos ámbitos hablar sobre la energía diciendo que se ‘consume’. Pero realmente, la energía ¿se consume? Cualquier persona que tenga los mínimos conocimientos de física, sabe que la energía ni se crea ni se destruye, la energía se transforma, se degrada, de forma que al ir utilizándola, pasa de estar disponible para su uso a dejar de estarlo.
El ejemplo más evidente de ello es la energía solar que nos envía el astro rey. La Tierra en su viaje alrededor del Sol, interfiere una parte de la ingente cantidad de energía de alta calidad que el astro emite. Una fracción de ella atraviesa la atmósfera terrestre y, al llegar a la superficie de la Tierra, hace diversas funciones. Entre ellas, la calienta, haciendo que su superficie emita energía térmica de baja calidad. La misma cantidad de energía (de alta calidad) que llega a la superficie de la Tierra, sale de ella en forma de calor (energía de baja calidad). Mejor dicho, salía de ella antes de que los humanos convirtiéramos la atmósfera en un vertedero de gases de efecto invernadero, interfiriendo su salida al exterior de la atmósfera.
La humanidad ha aprendido, desde hace siglos, a utilizar la energía de alta calidad que nos envía el Sol. Y, desde hace decenios, sabemos utilizarla para proveernos de variados servicios: calor, frío y la multitud de servicios que nos permite cubrir una forma especial de energía que aprendimos a generar y a utilizar allá por el año 1870: la electricidad.
Pero, ¿cómo se introdujo el concepto de ‘consumo’ de energía? ¿Cómo es que todo el mundo habla de ‘consumo’ de energía, cuando la energía ni se consume, ni nunca se ha consumido?
La razón de todo este confusionismo energético se basa en que a lo largo del siglo XX, determinados sectores, con intereses en el sector de los combustible fósiles, iniciaron una tarea, podríamos decir de ‘lavado de cerebro’ a toda la sociedad, tarea en la que colaboraron (y continúan colaborando) la mayoría de medios de comunicación, haciendo que se identificase energía únicamente con combustibles fósiles, que no son otra cosa que materiales existentes en la corteza terrestre, cuyo contenido energético se libera mediante oxidación (combustión). Y estos materiales, efectivamente, se consumen a medida que se libera la energía que contienen.
Al identificar energía con combustibles fósiles, instaurando una verdadera dictadura conceptual, se sentaron las bases para poder hablar de la energía como si ésta se consumiera.
Los humanos, como cualquier ser vivo del planeta Tierra, utilizamos la energía que nos envía el Sol para vivir. No solo nos alimentamos con plantas que no son otra cosa que captadores de energía solar, sino que hemos aprendido a utilizar sus rayos para disponer de energía térmica y para generar electricidad, que es una forma especial de energía, pues solo existe cuando funciona un proceso, es decir, un generador eléctrico conectado a una carga eléctrica que utiliza la electricidad.
Y aquí entroncamos con otro suceso que ocurrió poco tiempo después de que Edison empezara a vender luz eléctrica a sus clientes para competir con el mercado existente entonces, de luz obtenida mediante la ignición de gas. Fue la invención del contador de unidades de electricidad lo que trastocó las reglas del mercado, pues se empezó a vender un ‘producto’, electricidad, medido en unidades (kWh) como si de gas se tratara, que es un producto que se consume, pues al quemarlo deja de existir.
Todo ello contribuyó a que la dictadura de los combustibles fósiles impusiera el uso de conceptos totalmente ajenos a la física, entre ellos el de ‘consumo’ de energía. Y, como consecuencia, se nos haya colgado a las personas la etiqueta de ‘consumidoras’ de energía, cuando en realidad la humanidad no es, ni ha sido, en ningún caso, consumidora de energía, sino que es, y ha sido siempre, utilizadora o transformadora de energía.
Y, en el caso de la electricidad, esta especial forma de energía, tampoco se consume. Lo que se consume son los combustibles (fósiles o biológicos), utilizados en las centrales térmicas (donde se queman en una caldera para producir vapor, que acciona una turbina, la cual hace girar un generador eléctrico, o se queman en una turbina de gas para la misma función). Pero en el caso de la generación de electricidad mediante los rayos del Sol (con sistemas de concentración térmica o sistemas fotovoltaicos) o con la fuerza del viento (mediante aerogeneradores), o la del agua (hidoelectricidad) en ningún caso se consume fuente de energía alguna. En todos los casos, la electricidad generada (captando los flujos biosféricos) se utiliza, para proveer un servicio, y a medida que se utiliza, se va degradando a energía térmica de baja calidad, la mayoría de las veces de difícil utilización.
Con las nuevas tecnologías de generación de electricidad a partir de fuentes de energía renovables (flujos biosféricos con cualidades energéticas) se derrumba, de una vez por todas, la obsoleta visión de que la energía se ‘consume’ y las personas nos liberamos definitivamente de la etiqueta que la dictadura fósil nos colgó al identificarnos como ‘consumidoras’ de energía.
Captando los flujos biosféricos y utilizándolos para disponer de servicios que requieren energía para ser cubiertos, los humanos nos reintegramos en los ciclos ecosistémicos que durante milenios han funcionado en nuestro planeta y recuperamos nuestro papel de transformadores de energía que siempre hemos tenido y que se nos ha intentado esconder.