Por fin parece que van desapareciendo los obstáculos que gobiernos anteriores pusieron a las renovables. ¡Parece! La realidad es más compleja si miramos quién está detrás de los proyectos de renovables que van apareciendo.
Continúa la ceguera (¿ceguera?) gubernamental/administrativa hacia los proyectos de base ciudadana, comunitarios y cooperativos. Entre la incontable cantidad de leyes, reales decretos, decretos, ordenes… que se han adoptado en el Estado español, ¿alguien ha visto alguno en el que los legisladores hayan escrito las palabras ‘proyecto renovable comunitario’ o ‘proyecto renovable cooperativo’?
Parece que la única forma de aprovechar los bienes comunes que nos brinda el Sol sea la apropiación por parte de los que desde hace decenios dominan, como si fuera su coto privado, el sector de la energía, o tienen fácil acceso a él. Y ello ha sido así porque los legisladores han cedido a las presiones de las oligarquías energéticas y bancarias que campan a sus anchas por los campos de Hispania. Solo hay que ver la ristra de cargos públicos que están, o han pasado, por los consejos de administración de las grandes energéticas.
Pero la experiencia europea nos muestra que la forma dominante en España de aprovechamiento de las fuentes renovables no es la única posible a materializar en un país.
Tuve la oportunidad, a finales de los 70 y durante los años 80, de viajar a Dinamarca, donde un movimiento popular (el antinuclear y pro-renovable) posibilitó el renacer de la abandonada tecnología eólica (nacida en Dinamarca a finales del siglo XIX, de la mano del profesor de la Askov Folk High School, Paul la Cour). Allí pude comprobar cómo la ciudadanía activa y organizada (en cooperativas) incitaba a pequeños talleres de maquinaria agrícola locales, a construir aerogeneradores (una de estas empresas locales, con su ingeniosa creatividad se convertiría en el gigante Vestas).
También pude visitar el famoso aerogenerador construido en 1975, con trabajo voluntario y con la ayuda de algunos técnicos pioneros, por las escuelas Tvind, que aún hoy funciona y que fue, durante muchos años, el único aerogenerador del rango del MW operativo en el mundo, mientras grandes corporaciones (NASA, Boeing, etc) se estrellaban con sus grandes prototipos financiados generosamente por la administración americana.
Pude ver el aerogenerador de Gedser (200 kW), en Jutlandia, que se construyó en 1957 y funcionó sin interrupción hasta el año 1967. Es más, después de estar 10 años paralizado volvió a funcionar entre noviembre de 1977 y marzo 1978 (Lundsager, P., et al., 1980), en un programa de investigación, plagado de sensores para medir todas y cada una de sus características. Fue la base del programa eólico gubernamental danés (dos aerogeneradores de 630 kW, en Nibe, 1979-1980).
El ejemplo danés de cooperativas eólicas y proyectos eólicos comunitarios aun sigue vivo en Dinamarca, donde las grandes empresas se han centrado principalmente en proyectos off-shore. Ese ejemplo es practicado hoy en día ampliamente en numerosos países (Alemania, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Escocia, etc), pero no en España, donde solo se ha materializado un proyecto eólico comunitario.
Vergüenza nos debería dar a todos, que las renovables vayan cayendo a manos de grandes empresas cuyo solo objetivo es dar beneficios a sus accionistas. No pongo en duda en ningún momento que tengan derecho a hacerlo. Es lo que ha practicado durante todo el siglo XX el industrialismo-productivista, en base a una economía extractiva de riqueza local para ponerla en manos de unos pocos.
Pero las renovables, en pleno siglo XXI, nos brindan la oportunidad de que la riqueza local pueda beneficiar directamente a las personas que habitan en los territorios donde se hacen los aprovechamientos.
¿Serán las empresas promotoras capaces de demostrar que son responsables social y ecológicamente? ¿Será la sociedad capaz de aprovechar la oportunidad?