A consecuencia de los Acuerdos de París resultantes de la COP21, se ha abierto, de par en par, la puerta a las energías renovables, o sea, a las tecnologías para el aprovechamiento de la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos, energía disponible para las sociedades humanas, obtenida sin necesidad de quemar nada (y por tanto libre emisiones de gases de efecto invernadero).
Una gran parte de las tecnologías que hacen posible la captación y transformación de estas formas de energía están ya hoy disponibles y compiten en el mercado, lo que hace posible que cualquier sociedad pueda transitar hacia el 100% de energía renovable. Lo que significa que todas las necesidades humanas, para disponer de una vida digna, pueden ser cubiertas con las energías renovables.
Tenemos, pues, la oportunidad de realizar esta transición y los beneficios asociados a ella son enormes, como se ha expuesto en numerosos trabajos. Sólo quiero citar uno hecho en nuestro país por el ingeniero Ramón Sans (El colapso es evitable. La TE21 Transición energética del siglo XXI, Editorial Octaedro, Barcelona, 2014) y otro, a nivel mundial, realizado por Mark Jacobson de la Universidad de Stanford (The Solutions Project–http://thesolutionsproject.org/).
Las inversiones en energías renovables alcanzaron, en 2015, los 328.900 millones de dólares, un aumento del 3% respecto el 2014, pero un incremento considerable comparado con las inversiones realizadas, por el mismo concepto en 2004, que fueron de 61.900 millones. Y se espera que en pocos años alcancen la cifra del billón de dólares anuales.
El problema que se planteará, y de hecho ya se empieza a vislumbrar, es en la forma como se puedan materializar las enormes inversiones necesarias para transformar el obsoleto, ineficiente y sucio sistema energético actual, en un sistema energético moderno, eficiente y limpio. ¿Al servicio de quién se harán estas enormes inversiones? ¿A quién beneficiarán?
El sistema energético actual, heredado del siglo XX, se basa en una economía puramente extractiva, extractiva de materiales y de plusvalías (materiales para ser quemados y fisionados, y plusvalías monetarias para enriquecer reducidas élites), y está al servicio de muy pocas grandes corporaciones, que mediante el control de la energía ejercen su dominio, casi absoluto, sobre las sociedades humanas. El sistema energético actual, si algo ha demostrado, es su manifiesta incapacidad de proveer al conjunto de la humanidad de la energía necesaria para poder llevar una vida digna. Además, ha demostrado ampliamente cómo destruye la biosfera y aniquila sociedades y culturas (es un sistema energético, que puede ser calificado como ecocida y genocida).
Este sistema energético extractivista, con toda probabilidad, hará todo lo posible y con toda su fuerza, para mantener su dominio. Y lo hará mediante la utilización de las tecnologías para el aprovechamiento de las energías renovables. Al igual que a lo largo del siglo XX, las corporaciones energéticas (con la estrecha colaboración de las maquinarias del Estado-nación) han acaparado tierras (para extraer materiales energéticos del subsuelo de la Tierra y para inundar grandes extensiones de territorios para grandes embalses), y han convertido la energía en una mercancía, nos podemos encontrar que, en pleno siglo XXI, quieran proceder de forma similar acaparando los territorios donde haya mejores condiciones eólicas y solares para extraer la plusvalía que pueda proporcionar el aprovechamiento de la fuerza del viento y la radiación del Sol, y apropiarsela, con total desconsideración de las sociedades humanas que habitan los territorios ricos en viento y sol.
¿Cómo se podría evitar que estas prácticas tan poco responsables ecológica y socialmente continúen produciéndose a lo largo del siglo XXI? En mi opinión, una forma de evitarlo es creando un marco que facilite y posibilite, la apropiación social de las tecnologías para el aprovechamiento de la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos, que hoy ya están disponibles. Esto quiere decir que las sociedades humanas deben ser capaces de romper las cadenas que las mantienen bajo el dominio de las fuerzas fósiles y nucleares y deben empezar a ejercer el Derecho inalienable a la captación y transformación de la energía que se manifiesta en los flujos biosféricos y litosférico. Estas formas de energía deberían tener la consideración de bienes comunes y, como tales, deberían poder estar al alcance de todas las personas y beneficiar a las comunidades humanas que habitan en los lugares donde se manifiestan.
La apropiación social de estas tecnologías nos puede permitir dejar atrás la economía extractiva y comenzar a construir una nueva economía que coopere con la naturaleza y que permita a todas las sociedades humanas disponer de energía de manera justa y equitativa.
Y, ¿cómo, las personas, podemos romper las cadenas fósiles y nucleares? La manera como podemos hacerlo es contribuyendo a que la energía (térmica, eléctrica, motriz) que utilizamos en nuestra vida de cada día para disfrutarla dignamente, se haya obtenido a partir de fuentes renovables. Y esto puede hacerse de manera individual, familiar y colectiva, dependiendo de las circunstancias de cada persona. Existen hoy en nuestro país suficientes iniciativas para elegir y en las que cada persona, individualmente, familiar y/o colectiva puede participar. Y si no se encuentra ninguna, siempre existe la oportunidad de iniciar una nueva iniciativa (la imaginación al poder) e invitar a participar a personas de tu comunidad y de tu entorno para materializarla.