En los últimos años se va poniendo en evidencia que lo grande, sean empresas o países, industrias, comercios o servicios, son ineficientes y han dejado de estar al servicio de la sociedad. Fue un, hoy desconocido, economista austriaco quien ya a comienzos de los años 50 elaboró la crítica a lo grande. Leopold Kohr dejó escrito en su magistral obra The Breakdown of Nations (1957): “Del mismo modo que los físicos de nuestro tiempo han intentado elaborar un única teoría integrada, que permita explicar no solamente algunos sino todos los fenómenos del universo físico, asimismo yo he intentado, desde un plano diferente, desarrollar una teoría única a través de la cual no solamente algunos sino todos los fenómenos del universo social se pueden reducir a un común denominador. El resultado es una nueva y unificada filosofía política centrada en la teoría de la talla. Esta teoría sugiere que parece haber sólo una única causa última de todas las formas de miseria social: lo grande. Y si el único problema es lo grande, la única solución debe estar en reducir las cosas y los organismos que han sobrepasado sus límites naturales. El problema no es crecer, sino parar de crecer. La respuesta a este problema no es la unión sino la división de lo demasiado grande en unidades más pequeñas”.
Este debate, que en su día fue ignorado, tomó cierto relieve a consecuencia de la publicación de una obra que se hizo popular en los años 70. Cuando un discípulo de Kohr, Ernst Fritz Schumacher, publicó Small is Beautiful: Economics as if People Mattered (1973), se puso de moda el slogan ‘lo pequeño es hermoso’. Era precisamente cuando el movimiento denominado de la ‘tecnología alternativa’ empezaba a desarrollar las tecnologías para aprovechar la radiación solar, la fuerza del viento, el poder de la biomasa y el biogás, etc.
Era el momento en que los herreros daneses, establecidos en zonas rurales, empezaban a construir aerogeneradores que no sobrepasaban una potencia de pocos kilowatios empujados por el poderoso movimiento danés de oposición a la energía nuclear. Era cuando los grupos de voluntarios austriacos transformaban los tejados de las viviendas unifamiliares en centrales solares para calentamiento de agua. Paralelamente, los grandes organismos de investigación recibían dinero público para diseñar, construir y probar aerogeneradores de grandes dimensiones y centrales solares de torre.
Entonces surgió el debate de lo grande, por lo que se refiere a las tecnologías para el aprovechamiento de los flujos biosféricos que tienen cualidades energéticas. Y surgió a raíz de que un pequeño grupo de escuelas danesas, situadas en una remota zona rural del oeste de Jutland, las escuelas Tvind, autoconstruyeran (de 1975 a 1978) y pusieran en funcionamiento un gran aerogenerador de 2 MW de potencia y 54 metros de diámetro de palas que aún hoy sigue generando electricidad (en este sitio web se pueden ver una explicación de cómo se hizo).
¿Debían ser grandes o pequeños los aerogeneradores? Mientras los grandes consorcios aeroespaciales americanos y europeos fracasaban entonces en sus intentos de poner en marcha aerogeneradores de potencia superior a 1 MW, los voluntarios de las escuelas Tvind lograban demostrar que la eólica podía crecer en tamaño.
Ya en 1976, E. F. Schumacher advirtió a los fundamentalistas de lo pequeño que “pequeño, evidentemente, no significaba infinitamente y absurdamente pequeño, sino que el orden de magnitud debía ser aquel que la mente humana fuera capaz de abarcar”. Pero, ¿cuál es concretamente este orden de magnitud? Lo mismo se cuestionaba, Godfrey Boyle, pionero del movimiento de la tecnología alternativa a finales de los 70, en el marco del Grupo de Investigación Alternativa de la Open University inglesa: ¿cuan grande puede lo pequeño llegar a ser antes de dejar de ser bonito? ¿cuan pequeño puede lo grande llegar a ser antes de dejar de ser eficiente?.
El tipo de tecnología energética que suelen producir las grandes corporaciones industriales tiende, por supuesto, el reforzamiento de las tendencias de la sociedad industrialista, consumidora y derrochadora. Así producen artefactos que contribuyen al mantenimiento del control centralizado sobre las fuentes de energía. Este es el caso de las grandes central térmicas (fósiles y nucleares) y los grandes embalses hidráulicos. Pero ¿que pasa cuando estas mismas grandes corporaciones, al ver que el aprovechamiento del Sol y del viento comienza a ser efectivo, deciden ponerse a desarrollar tecnologías y sistemas para el aprovechamiento del Sol y del viento?
De forma demasiado simplista, muchos activistas han creído que la solución estaba en el otro extremo: microsistemas energéticos a escala familiar, sin darse cuenta que este planteamiento puede llegar a beneficiar a un sistema económico derrochador, sin percibir que los requerimientos materiales para la construcción de multitud de artefactos a escala doméstica es mucho mayor que los necesarios para la construcción de artefactos más grandes.
Godfrey Boyle, a finales de los años 70, ya aconsejaba "concentrar los esfuerzos en el desarrollo de tecnologías y productos para cubrir las necesidades humanas no a escala familiar o doméstica, sino a escala comunitaria", aun reconociendo que "determinados tipos de tecnologías tienen sentido a escala doméstica, otros tipos a escala de pequeña comunidad, otras a escala regional e incluso nacional".