Recientemente se ha publicado, en forma de libro, el trabajo en torno a una tesis doctoral sobre las relaciones entre energía y democracia, bajo el titulo ‘Energía para la democracia’. Su autor, Sebastià Riutort, expone muy lúcidamente la experiencia de Som Energia y su influencia en el debate energético actual.
No voy a entrar en el contenido del libro, ya que lo comparto, sino que voy a comentar solo el título del libro que se ha publicado, pues considero que puede inducir a confusión en el debate actual sobre la energía.
En mi opinión, la denominada transición energÉTICA desde la era del fuego (energía obtenida a partir de combustibles fósiles y nucleares) hacia una era en que la humanidad se haya librado del fuego para disponer de energía (aprovechando la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos), es, en realidad, una revolución. Sí, una verdadera revolución cultural (nuevos conceptos), social (nuevos actores) y tecnológica (nuevas tecnologías).
Y como toda revolución, la revolución energética también requiere, ante todo, revolucionar el lenguaje, ya que siempre el lenguaje dominante, utilizado en el seno de una sociedad, es el reflejo de las relaciones de dominio que existen en ella. No se puede continuar utilizando el lenguaje desarrollado en el seno de una sociedad en la que ha dominado la dictadura de los combustibles fósiles y nucleares si queremos que la transición energética hacia el 100% renovable sea una verdadera revolución en la que las personas, de forma individual y colectiva, se hayan apropiado socialmente de las tecnologías que permiten captar, transformar y utilizar la energía que nos envuelve y rodea, la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos.
¿Cómo se puede revolucionar el lenguaje relacionado con la energía? Pues, ante todo, dejando de utilizar, y negándonos a usar, el lenguaje dominante que se ha desarrollado en el seno de la sociedad fósil y nuclear. Y, sobre todo, creando un nuevo lenguaje acorde con la sociedad que va democratizando la energía.
Por ejemplo, en el lenguaje utilizado en la sociedad fósil y nuclear se califica a las personas como ‘consumidoras’ de energía y se habla continuamente de ‘consumo’ de energía. Ello es debido a que la sociedad industrialista-consumista tiene como base para la obtención de energía la quema de materiales fósiles y la fisión de materiales nucleares. Y estos materiales sí se consumen, pues, una vez quemados o fisionados, nunca más volverán a estar disponibles para proveernos de energía. Pero los materiales, en si, no son energía. La energía se obtiene en el momento de quemarlos y fisionarlos, en el momento de consumirlos.
Pero, paradójicamente, de acuerdo con la ciencia termodinámica (conocida desde hace mas de 100 años), la energía (también la liberada por la combustión y la fisión) nunca se consumirá, simplemente se convertirá, se transformará, de una forma (energía disponible) a otra (energía no disponible). Así, en las centrales térmicas, de la energía liberada por combustión o fisión, sola una tercera parte se transformará en energía eléctrica, siendo las dos terceras partes restantes derrochada en forma de calor residual (a no ser que se disponga de un sistema de cogeneración, para aprovechar, como energía térmica, una buena parte de la energía que de, otra forma, se derrocha).
Igualmente, solo una parte de la energía eléctrica resultante será utilizada para proveer los servicios finales para los cuales se la requiere, transformándose en luz (energía lumínica), movimiento (energía motriz), etc, desperdiciándose una parte en la transformación electricidad-luz, electricidad-movimiento, dependiendo de la eficiencia de las respectivas conversiones. Y la energía lumínica y la motriz, una vez han hecho su función, se disipa en forma de energía térmica, ya no disponible.
O sea, que la humanidad usa las diversas formas de energía, transformándolas de unas a otras, para disponer de los servicios que la sociedad demanda. Por ello, para fomentar la revolución energética debemos empezar a utilizar los conceptos de ‘transformación‘ y ‘uso’ de la energía, dejando de usar, de una vez por todas, el concepto fósil de ‘consumo’ de energía. Por tanto, las personas debemos, por una parte, negarnos a ser etiquetadas como ‘consumidoras’ de energía para recuperar el papel que a lo largo de muchos milenios, siempre hemos tenido, la de ‘transformadoras’ y ‘usuarias’ de la energía. Y por otra parte debemos inventar nuevas palabras que reflejen la naciente revolución energética. Por ello propongo hacer una sola palabra de las dos, y decir que las personas somos ‘transfuarias’. En inglés se podría utilizar la palabra ‘transfusers’. Abandonemos de una vez la palabra ‘prosumidor’, que funde las palabras ‘productor’ y ‘consumidor’ (en inglés se usa ‘prosumer’ al fusionar ‘producer’ y ‘consumer’).
Por ello creo que el título del libro (Energía para la democracia) crea confusión, ya que la energía es igualmente necesaria tanto en una sociedad democrática como en una sociedad no democrática. De la misma manera se puede dar la situación en que la energía esté en manos de grandes empresas oligopolistas o monopolistas tanto en una sociedad formalmente democrática como en un sociedad no democrática (de todo lo cual tenemos ejemplos en el pasado y en la actualidad). Y también en el futuro, se podría dar la situación que, en un marco formalmente democrático, las energías renovables estuvieran bajo control de grandes conglomerados empresariales imponiendo sus criterios y necesidades por encima de los de la sociedad.
La gran oportunidad que nos ofrecen, ya hoy, las tecnologías que permiten disponer de energía a partir de la captación, transformación y uso de la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos, es la de que son capaces de impregnar de democracia el mundo de la energía, o sea democratizar la energía (sea la captación, transformación y uso, sea la distribución y comercialización). Pero ello solo será posible mediante actos de apropiación social de las tecnologías renovables. Así democratizando el sistema energético se contribuirá a una profundización de las democracias formales en las que vivimos.
En definitiva, tal como nos enseñó, Hermann Scheer, en su última obra, de lo que se trata es de luchar por la democracia energÉTICA, poniendo énfasis en que la democracia, la energía y la ÉTICA están estrechamente vinculadas. Y justamente de eso trata la experiencia de la cooperativa Som Energia y otras iniciativas que se están desarrollando en nuestro país, y, sobre todo, fuera de nuestras ‘fronteras’.