Algunas “experiencias vitales” como el Camino de Santiago nos presentan analogías con aspectos significativos H&S y nos muestran lo importante que resulta para la consecución de un reto, la ilusión con que se afronta el proyecto y el compromiso y determinación para materializarlo.
Estamos ya en la época estival, y con el buen tiempo surge para la mayoría de nosotros la oportunidad de organizar actividades de fin de semana o vacaciones que nos permitan hacer realidad alguno de esos deseos e ilusiones personales que todos tenemos y tanto nos cuesta hacer realidad. En mi caso, desde niño, y el paso de los años no ha hecho más que acrecentar, tengo una especial admiración por el Camino de Santiago y por los peregrinos, que haciendo un “paréntesis” en su vida normal, se embarcan en un proyecto que aúna el intercambio social y cultural, la aventura, un cierto reto de superación personal y en algunos casos, creencias religiosas.
Cuando uno toma la decisión de realizar el Camino, pone en marcha un proyecto personal con la ilusión de cumplir grandes expectativas, con la convicción de poder superar las dificultades y con la determinación de poner los medios y esfuerzo necesario para superar el reto. En este contexto no puedo por menos que establecer analogías, quizás por deformación profesional, con conceptos básicos de la gestión de la Seguridad y Salud.
Antes de lanzarnos al Camino, se requiere un estudio minucioso de la ruta y documentación de apoyo: caminos, orografía, albergues, lugares de paso e interés, guías de viaje, experiencias y recomendaciones de otros. Toda esta documentación e información es necesaria como referencia de partida, pero debe adaptarse a las condiciones físicas, preparación y estado anímico de cada persona.
De igual forma, cuando un técnico o equipo afronta la ejecución de una tarea se debe tener en cuenta las condiciones generales de entorno, protocolo de trabajo, prácticas seguras… junto con las condiciones personales (conocimiento, experiencia, sobrecarga física, situación anímica…) que puedan suponer un riesgo para su seguridad personal.
El equipaje debe ser ligero, pero a la vez incluir todos los elementos imprescindibles. Portar un exceso de carga en la larga travesía puede afectar a las articulaciones y espalda, pero la no disponibilidad de algún elemento (ropa, calzado, botiquín, complementos) podría afectar a la salud o estado físico. Cómo no pensar en una comparativa con los equipos de protección individual (EPIS).
Cuando iniciamos la marcha empezamos a vivir una experiencia única. Pleno contacto con la naturaleza (prados, bosques, riachuelos, rebaños, etc) y con las gentes de los pueblos y aldeas que van marcando el camino. Quien inicia el Camino solo, observa enseguida que no es un viaje en soledad, sino que constantemente surge la oportunidad de conocer gente de muy diverso origen y condición, hablar con desconocidos, compartir experiencias personales y del Camino. No es necesario ir en grupo, sin conocer a nadie conoces a todo el mundo y al final los peregrinos con los que coincides son como tu familia, y compartes con ellos lo que tienes.
Cuando en los grupos y equipos de trabajo hay sintonía y buena química, el resultado es espectacular. La empatía, compromiso y responsabilidad colectiva realimenta y protege a todo el equipo. Cualquier situación de riesgo puede ser prevenida, detectada o corregida en el seno del grupo.
En el espíritu del peregrino no hay competitividad sino un firme compromiso con el objetivo de completar el Camino y una fuerte determinación para superar las dificultades que se presenten. No se requieren aptitudes extraordinarias, cualquier hombre o mujer de cualquier edad puede hacerlo marcando su propio ritmo. Si trasladamos esta reflexión a la “accidentalidad” nos refuerza el convencimiento de que los accidentes son evitables, en la mayoría de los casos, mediante actuaciones sencillas a nuestro alcance.
Cuando se completa el Camino, lo que permanece en la memoria no es el cansancio acumulado, ni las rozaduras y ampollas en los pies, ni las incomodidades vividas, ni los rigores climatológicos. Todo ello pasa a segundo término ante la satisfacción personal por haber superado el reto y el recuerdo retrospectivo de las vivencias que más nos han impresionado. Esta es la mayor de las recompensas, un reconocimiento íntimo y personal que hace mantener un vivo deseo de repetir la experiencia. Más allá de esta satisfacción personal, la figura del peregrino goza de una admiración y reconocimiento social, que anima a miles de personas a repetir la experiencia año a año.
En materia de Seguridad y Salud la principal recompensa es la reducción y eliminación de accidentes pero además es necesario el reconocimiento público que refuerce el compromiso personal y colectivo.
El éxito es la suma de pequeños esfuerzos repetidos día a día. En cualquier actividad y lugar podemos encontrar situaciones y estímulos que nos ayuden a mejorar.