Dos proyectos de aprovechamiento gigantesco de las energías renovables han calado en la opinión pública: el proyecto Desertec y el proyecto Seatec. El primero, para suministrar un 15 % de la electricidad europea con centrales termosolares de bajo coste situadas en el desierto sahariano. El otro, un banco de molinos de viento plantados en el mar del Norte, capaz de ofrecer suministro eléctrico de Europa con una potencia de hasta 100.000 MW; casi el equivalente a la potencia eólica instalada hasta la actualidad (2010) en la UE en tierra.
Ambos proyectos no son viables sin previamente financiar autopistas eléctricas por todo el continente, las llamadas superredes. Todas estas ideas, aparentemente, son una buena noticia para las renovables y son apoyadas por varios importantes grupos ecologistas internacionales, pero no es más que un espejismo lanzado por las grandes corporaciones energéticas para no perder su papel de poder. Sólo los costes de Desertec se estimaban en 400.000 millones de euros, con lo que sería el mayor proyecto de inversión de la historia económica del mundo. Sus promotores prometen un precio de la electricidad de 5-6 céntimos de euro por kilovatio hora, o sea, corriente solar supuestamente tan económica “que no tendría competidores”.
La pura realidad
El proyecto Desertec basa su tecnología en centrales termosolares de aire que ya se están utilizando en la actualidad en la mayor central termosolar en construcción: el proyecto Shams 1 de Abu Dhabi, con 100 MW de potencia. Lejos de la promesa de producir electricidad a un coste de 5 6 céntimos de euro por kilovatio hora, el reembolso resultado para garantizar la amortización es de 30 céntimos de euro por kilovatio hora (se ha bajado a 25 céntimos en el segundo proyecto terminado) durante un periodo de 25 años con el operador de la red eléctrica. Estas centrales termosolares instaladas en Abu Dhabi pagan por los terrenos que ocupan costes de transmisión apreciables. A título comparativo: los reembolsos determinados por kilovatio hora de estas centrales termosolares son superiores a los reembolsos por kilovatio hora de los huertos solares en Alemania. Tampoco es creíble que un proyecto que precisa 40 años de ejecución y que implica a decenas de gobiernos y empresas, vaya a ser fácilmente viable cuando no mucho más caro, como se ve abiertamente en estos grandes proyectos.
Algo parecido sucede con la idea de los aerogeneradores instalados en el mar (eólica offshore) del proyecto Seatec. Esta tecnología está triunfando, porque al resultar más cara que la de los parques eólicos terrestres, es absolutamente práctico para los consorcios energéticos establecidos: los aerogeneradores marinos deben construirse interconectados y todos a la vez, ya que los cables submarinos serían impagables para aerogeneradores individuales. De esta manera, estos parques eólicos se convierten en un campo preferencial para grandes inversores, que argumentan no tener que vencer las resistencias vecinales de la eólica terrestre. Los grandes proyectos energéticos en realidad lo que consiguen es secuestrar el dinero público para que no revierta en la ciudadanía como inversores.
La trampa de las superredes
Actualmente, la red de alta tensión en corriente continua más larga está en China y tiene 2.000 km. Para conectar y dar servicio a estos megaproyectos solares y eólicos se precisan de más de 5.000 km de superredes de alta tensión en corriente continua. No hay experiencia alguna respecto a tenderlas a profundidades marinas de más de 1.000 m para atravesar el mar Mediterráneo, y es inimaginable el coste para el paisaje cuando atraviesen los Pirineos, los Alpes, etc. por citar sólo montañas emblemáticas.
Las superredes en realidad fomentan la dependencia energética y la concentración de los puntos de producción, que es tal y como hasta ahora ha operado el sistema eléctrico internacional dominado por las grandes corporaciones. Frente a la posibilidad de que el sistema eléctrico se descentralice, y cada vivienda, cada edificio, cada terreno yermo, puedan albergar un sistema de captación local de energía, los grandes lobis energéticos tiemblan. Por este motivo, alimentan el imaginario con ideas sugestivas como las de Desertec o Seatec. Nadie duda que en el Sáhara el sol es más que potente al igual que el viento lo es en la Europa septentrional. Estas ideas dan seguridad a la ciudadanía respecto a la bondad de la idea, y eso hace que incluso algunos grupos ecologistas importantes lo apoyen. Luego, las superredes se venden como un sistema inteligente capaz de gestionar la energía, para que cuando falte en un sitio pueda llevarse desde otro. Es una idea de solidaridad que cualquiera puede defender. Pero lo que no se dice, es que con las actuales interconexiones europeas es suficiente para disponer de vías de trasvase de electricidad renovable descentralizada de una ciudad o región a otra.
Las superredes financiadas con la garantía de los gobiernos también serían un medio idóneo para impulsar nuevas centrales nucleares en el norte de África tal como apunta Francia para salvar su herencia atómica. Y mientras se pongan garantías financieras o dinero colectivo en estos megaproyectos, las renovables seguirán sin poder ocupar el papel al que han sido llamadas como nuevo paradigma energético basado en la descentralización y el aprovechamiento local de los recursos energéticos, con eficiencia y gestión eficaz. Los megaproyectos alimentan sin lugar a dudas el atraso en el cambio energético, amén de convertirse en una fosa multimillonaria del erario público.
Frente a estos proyectos, se oponen los programas de municipios que han establecido sus planes para alcanzar la autonomía energética con renovables (sol, viento, biomasa, geotermia, eficiencia, etc.). Las compañías energéticas lucharán con psicología, marketing, pero también con extorsión y violencia para no perder su lugar de poder. De momento, tienen a todos los gobiernos pillados, porque ninguno se atreve a asumir el riesgo de “un apagón” energético como forma de chantaje. Esta es una más de las necedades de la privatización de los elementos claves de un sistema energético (centrales de potencia fundamental y redes).
Los conceptos que fundamentan las superredes, hacen que se prorrogue el conflicto estructural entre el suministro eléctrico centralizado o dependiente de red y el descentralizado o autónomo bajo nuevos paradigmas. Para un proyecto de superred, que implica una nueva inversión por un importe elevado de decenas de miles de millones de euros, la condición previa política mínima es una ayuda pública de financiación de la UE y/o de los países de tránsito. Si los gobiernos satisfacen esta condición inicial, se pierden las inversiones descentralizadas de muchos inversores a favor de los grandes lobis financieros.
El poder de la ciudadanía con energía renovable descentralizada
La Ley alemana de energías renovables (LER, EEG en alemán) ha conseguido en diez años movilizar un total de unos 96.000 millones de euros y que un 13 % de la electricidad sea renovable. Suponiendo que el 25 % de la electricidad de las centrales en desierto fuera directamente a Alemania, y con una cuota de participación del 15 % (o sea que se asumiera una cuarte parte del coste, unos 100.000 millones de euros) apenas se habría mejorado el resultado de la LER pero a costa de perder independencia energética. Pérdidas en eficiencia por las redes de alta tensión (aunque fueran en corriente continua que son más eficientes) e inseguridad de suministro por proceder de muy lejos. En cambio, toda la inversión en renovables descentralizada aporta estabilidad al sistema y autonomía energética.
Desde el punto de vista de todos aquéllos que consideran que el cambio del paradigma energético tiene la máxima urgencia, por el contrario, resulta incomprensible que los que defienden las renovables descentralizadas no quieran comprometerse con megaproyectos que calan en el imaginario colectivo.
El concepto de las megacentrales renovables con superredes lleva por fuerza a una canalización unilateral del camino hacia las energías renovables y a menospreciar sus potenciales tecnológicos, además de llevar a una reducción considerable de los actores. Se pierde así el movimiento multitudinario de participación a un direccionamiento energético llevado a cabo por tecnócratas. La razón del gran eco que obtuvieron estos proyectos megaenergéticos no sólo es que prometen ser el gran éxito del fomento de las energías renovables, sino que además se ilustran para superar el conflicto sistemático entre las energías convencionales y renovables, así como el conflicto estructural entre la producción eléctrica centralizada y descentralizada. Pero la realidad es más terca, la cooperación, la integración, el compromiso histórico, todos tirando de la misma cuerda es un ensueño tanto para la política como para la economía. En realidad las grandes corporaciones están por aniquilar la idea de la autonomía energética cuya semilla crece con la brillante expansión de las energías renovables en la última década gracias a políticas adecuadas y del ejemplo dado por la ley alemana de las energías renovables.
Hay que advertir pues, que los conceptos que fundamentan las superredes y las megacentrales con renovables hacen que se prorrogue el conflicto estructural entre el suministro eléctrico centralizado o dependiente de red y el descentralizado o autónomo. Es necesario razonar hasta sus últimas consecuencias la megalomanía que nos irán vendiendo con renovables. Lamentablemente, hay defensores de las energías renovables camuflados que, argumentando una transición ordenada, ven favorecidos sus intereses particulares que no son los de la ciudadanía. El ecologismo no puede dejarse capturar por estos espejismos.
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