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Los excesos de una época

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La ciencia parece confirmar lo que sospechábamos desde hace tiempo. La extracción masiva de hidrocarburos, las represas a gran escala o las excavaciones mineras profundas pueden provocar terremotos de efectos devastadores. Para ser más exactos, pueden provocar pequeños corrimientos que rompan un frágil equilibrio y acaben por ser desencadenantes de grandes movimientos de tierra. Es un artículo de Nervis Villalobos, director técnico y de operaciones de Enersia Technology & Innovation.
Los excesos de una época

Así lo han hecho público Gillian Foulger, Jon Gluyas y Miles Wilson de la universidad británica de Durham en la revista científica The Conversation,  y así lo ha publicado recientemente El País en su versión traducida. Estos tres científicos han realizado un estudio sobre seísmos provocados por humanos a petición de la organización holandesa  Nederlandse Aardolie Maatschappij BV. Y para ello han construido una rigurosa base de datos de terremotos inducidos por el hombre en todo el mundo, en la que se analizan 722 fenómenos distintos.

Sus conclusiones apuntan a que la minería actual, en la que se puede trabajar a profundidades superiores a los 3.000 metros y en la que se extraen decenas de miles de millones de toneladas al año, es la causa más habitual de los seísmos inducidos (37,4%). Le siguen las grandes acumulaciones de agua embalsada, que provocan un 23,3% de los terremotos provocados, y la explotación convencional de gas y petróleo con un 15%. La lista continúa con la energía geotérmica (7,8%) o el famoso fracking (3,9%), quien se intuye que está detrás de los seísmos vividos en el estado de Oklahoma en los últimos años.

En las últimas décadas las infraestructuras industriales y energéticas han crecido exponencialmente al abrigo de una ingeniería cada vez más sofisticada. Y no solo eso. La explotación de los recursos naturales se está haciendo cada vez más compleja. Agotados los pozos y minas superficiales, ahora hay que excavar más hondo y recurrir a una técnica más depurada para extraer minerales o crudo. Por otro lado, las centrales hidroeléctricas han crecido en tamaño de forma pareja a la subida en la demanda de energía. Cada vez más grandes: Tucuruí,  Xiluodu, Itaipú, hasta llegar a la macro central de las Tres Gargantas en China. Una descomunal represa, con la que, según el Gobierno chino, se pueden controlar las habituales y mortíferas inundaciones del río Yangtsé.

Más allá de los desastres que la presa pueda o no pueda evitar en el futuro, su reciente construcción viene acompañada de datos funestos. 19 ciudades y 322 pueblos han quedado sepultadas por el agua, lo que ha exigido reubicar a dos millones de personas. La represa ha supuesto la extinción de especies endémicas, como el delfín chino, y ocasionado la pérdida de yacimientos paleolíticos y neolíticos.  Ha arrojado a la atmósfera una inmensa cantidad de metano que se ha producido al inundar una zona que contenía tal cantidad de materia orgánica. Y como remate, la actividad sísmica de la zona se ha multiplicado, por lo que el seguimiento de  movimientos de tierra en las Tres Gargantas ha de ser constante y estrecho. La construcción de las Tres Gargantas parece estar relacionada con terremotos de magnitud 4,6.

Más de un centenar de expertos en aguas y en geología fueron consultados antes de levantar la gran represa china  y todos ellos la desaconsejaron. Pero esto no paró la ejecución de un proyecto cuya consistencia se cae a pedazos.  Este y otros  proyectos faraónicos, que van a dejar tras de sí una marcada huella, son representativos de los excesos de nuestra época.

El estudio de Durham incide en una obviedad: para limitar la magnitud de los posibles terremotos también habría que limitar la escala de los propios proyectos. O sea, que tenemos que poner la mirada en minas y embalses más pequeños, menos minerales, petróleo y gas y excavaciones menos profundas. Siguiendo con el ejemplo de la generación hidráulica, poco tiene que ver un parque constituido por pocas centrales de gran tamaño que otro con un buen número de centrales minihidraúlicas (menos de 10 MW).

Las ventajas de la segunda opción son muy superiores a las de la primera. Son fáciles de construir e implican un impacto ambiental mínimo, contribuyen a la diversificación de las fuentes, dan cobertura a comunidades aisladas, permiten gestionar la energía localmente, generan más empleo y no conllevan riesgos sísmicos. Una muestra clara de cómo el cambio cuantitativo llevado al extremo comporta un cambio cualitativo.  La cuestionada energía hidráulica de las grandes plantas pasa a ser una energía renovable, con escasos riesgos y potenciadora del desarrollo humano, cuando cambia a formato mini.

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Fukushima4ever
No se debería pensar en la explotación de los vertederos que llevamos llenando con miles de toneladas anuales de residuos? Serían fuente segura para metales y materiales cerámicos. Además se podrían rescatar más de un residuo radiactivo de baja y media actividad que haya ido a parar ahí.
Pablo Ruiz
Lo pequeno es hermoso. E.F.Schumacher. Un saludo
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