«La guerra de 1914 fue denominada gran guerra, no primera guerra mundial. La de 1939/1945 tampoco fue denominada en su momento guerra mundial. Se les ha denominado así a posteriori, para referirse a la de 1914 como la primera y la de 1939 como la segunda. Esta fue más intensa, tuvo más de 50 millones de víctimas, pero fue un enfrentamiento entre dos grandes bloques de entonces, y podemos decir que ninguna tuvo el carácter de universal, aunque indirectamente afectara a gran parte de nuestro globo. Hoy estamos sufriendo dos “guerras mundiales” a la vez.
El coronavirus está afectando a la totalidad de la población mundial -no hay ningún espacio libre del virus- y por supuesto impactando negativamente a la economía de la totalidad de países. ¿Con la excepción de China? Esta “guerra” tiene también de forma universal la atención mediática, y por eso es tema cotidiano de conversación y abre las portadas de los diarios televisivos, de radio, y de la prensa escrita. Con toda razón, por supuesto. Los recursos que se han dedicado a combatirla han sido cuantiosos e incluso es posible que insuficientes. Sin pecar de pesimismo, creo que se puedan alcanzar los 50 millones de contagiados; espero que no de víctimas.
Pero hay otra “segunda guerra mundial” que resulta mas silenciosa, con menos atención mediática, pero no menor número de víctimas potenciales y daños económicos colaterales. Si el CO2 y los gases de efecto invernadero tuvieran lunares, es decir, fueran visibles, estoy seguro de que recibirían tanta atención, al menos, como el Covid19. Me refiero a las consecuencias del Cambio Climático. Hay mucha literatura mucho más solvente que la mía que trata este tema, por lo que no voy a extenderme aquí.
J. F. Kennedy, en uno de sus discursos, pidió a sus ciudadanos, que en lugar de preguntarse qué podían hacer los Estados Unidos de América por ellos, se cuestionaran lo que cada uno de ellos podía hacer por USA.
En las actuales “guerras” somos los ciudadanos los que podemos y debemos dar respuestas, con mucho mayor protagonismo que nuestros políticos (la mayoría de ellos, por cierto, y hablo de distintos países, no ha estado remotamente a la altura). Los ciudadanos podemos y debemos dar respuestas en la guerra del Covid19 -digo-, tomando las precauciones debidas, con el distanciamiento y, cuando dispongamos de vacunas, sin ninguna duda vacunándonos.
En la del cambio climático, parece que hay una gran mayoría en el mundo que ha apostado por la electrificación de la economía, obteniendo esa electricidad a partir de fuentes de energía renovable, abandonando en la medida que se pueda el consumo de energías fósiles y nucleares.
Pero la decisión, ya irreversible, de esta apuesta por las energías limpias, debería basarse en una información veraz, alejada de toda falacia todavía presente en aquellas instituciones y empresas con potentes intereses en energías sucias y que tratan de alargar su uso y vida para obtener jugosos retornos. Algunas, entrando en el sector emergente de las renovables y presumiendo de ser los más verdes del mercado. No resisten una ojeada a las hemerotecas, pero se aprovechan de la mala memoria de los consumidores.
Esa información debería ir, en lo posible, acompañada de datos objetivos, para que la ciudadanía pudiera distinguir, y por tanto elegir, entre diferentes productos y servicios.
Con esos mismos datos, atendiendo el principio de quien contamina paga, se deberían aplicar políticas fiscales, que cumplieran con este principio, y además discriminaran también por precio esos mismos productos y servicios.
No se trata de que nos suban los impuestos. Se trata de que el origen de los mismos sea otro. ¿No le parece al lector que una política fiscal moderna y eficaz debería premiar, disminuyendo los impuestos, a lo que hoy es escaso (el trabajo, por ejemplo) y castigar, gravándolos, a lo que tenemos en exceso (la contaminación)?
El balance puede y debe ser Cero. Favoreciendo la creación de empleo, incluso desde casa, con menor movilidad y, por tanto, menor consumo de energía, desde la España rural, estableciendo población en lugares en peligro de quedarse sin ella. Haciendo que las industrias y los servicios tengan incentivos reales para el ahorro, la eficiencia energética, el autoconsumo, etc. El ciudadano y el mercado distinguirá las cargas fiscales positiva o negativamente, además de que las cargas fiscales también diferenciarán esos productos en el aspecto económico.
Ese instrumento está inventado. Para su aplicación debe establecerse una metodología que no debe ser en absoluto compleja; debe ser fácil y puede ser muy barata en su aplicación, aunque no sea perfecta; una metodología que sirva para poder comparar, aunque contenga errores respecto a valores absolutos, pero con los mismos valores relativos que hagan fiable este instrumento.
Estoy hablando de la huella de carbono»
José María González Vélez, presidente de Gesternova SA