El buque Hespérides navegó entre 2011 y 2012 los océanos Atlántico, Índico y Pacífico recogiendo muestras de agua para demostrar la existencia a más de 200 metros de profundidad de moléculas capaces de secuestrar carbono. Entre sus características destacan que absorben la luz y la emiten en forma de fluorescencia, lo que permite estudiarlas con técnicas ópticas baratas y rápidas; y que su tiempo de persistencia en el océano profundo es de entre 400 y 600 años. Esto significa que las moléculas tienen un tiempo de vida superior al que tarda en renovarse el océano (unos 350 años) y por tanto son potencialmente un almacén de dióxido de carbono de origen antropogénico.
Estas moléculas representan entre el 10 y el 15% del carbono presente en el océano, unos 700 billones de kilogramos, cantidad comparable a todo el dióxido de carbono acumulado en la atmósfera. Demostrada la existencia de la bomba microbiana de carbono, la cuestión es cómo potenciarla para reforzar la participación del océano en la captura de carbono de origen antropogénico. A nivel teórico se podría hacer estimulando la producción de las bacterias que transforman los sedimentos del fitoplancton en esas moléculas. Antes de afrontar esa posibilidad habría que identificar la existencia o no de efectos secundarios, y la manera de hacerlo a nivel local y/o global.
La circunavegación realizada por el busque Hespérides durante la expedición Malaspina ha permitido hacer una radiografía exacta de la situación de los océanos en un momento concreto (años 2011 y 2012, muy útil para compararla con los resultados de expediciones futuras y averiguar con exactitud el impacto y las consecuencias de la acción del hombre.
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