“El cambio climático -detalla hoy en su página oficial la ONU-, los cambios provocados por el hombre en la naturaleza, así como los crímenes que perturban la biodiversidad (como la deforestación, el cambio de uso del suelo, la producción agrícola y ganadera intensiva o el creciente comercio ilegal de vida silvestre), pueden aumentar el contacto y la transmisión de enfermedades infecciosas de animales a humanos (enfermedades zoonóticas)”. Se puede decir más alto, pero seguramente será difícil decirlo más claro. En 2016, la ONU dio la primera gran voz de alerta sobre el aumento mundial de las epidemias zoonóticas. El Pnuma reveló entonces que “el 75% de todas las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son de origen animal y que dichas afecciones están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas”.
Según el informe Fronteras 2016 del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, las zoonosis son oportunistas, y prosperan cuando hay cambios en el medio ambiente, en los huéspedes animales o humanos, o en los mismos patógenos. En el siglo XX, la combinación entre el crecimiento de la población y la reducción de los ecosistemas y la biodiversidad derivó en oportunidades sin precedentes que facilitaron la transferencia de los patógenos de animales a personas. En promedio -concluye el inform-, una nueva enfermedad infecciosa emerge en los humanos cada cuatro meses.
Según Naciones Unidas, la situación se ha exacerbado a causa de la crisis climática provocada por el aumento sin precedentes de las emisiones de gases de efecto invernadero, que han desencadenado (están propiciando) el cambio climático global. Los cambios en la temperatura, la humedad y la estacionalidad -explican desde la ONU- afectan directamente la supervivencia de los microbios en el medio ambiente, “y la evidencia sugiere que las epidemias serán más frecuentes a medida que el clima siga transformándose”.
En el caso concreto del Covid-19, que afecta específicamente al aparato respiratorio, son varias ya las investigaciones científicas que asocian la baja calidad del aire de determinadas zonas a una mayor incidencia de la enfermedad en la población. Aquí mismo nos hacíamos eco hace unos días de un informe de un equipo de investigadores de la Universidad de Harvard que abundaba sobre el particular tras haber estudiado 3.000 poblaciones distintas de los Estados Unidos
La Martin-Luther-Universität Halle-Wittenberg (Alemania) publicaba otro hace unos días que insiste en la misma idea. Su autor es Yaron Ogen, del Departamento de Monitorización Remota y Cartografía del Instituto de Geociencias y Geografía de la Universidad susodicha. El estudio analiza por una parte las emisiones de dióxido de nitrógeno (NO2) en determinados territorios (66 regiones europeas), y aborda por otra el análisis de las 4.443 muertes por Covid-19 registradas en ellos.
¿Resultado? 3.487 de las mismas (el 78% del total) ha tenido lugar en cinco regiones, situadas concretamente en el norte de Italia y en la España central (in north Italy and central Spain).
Pues bien, las mismas cinco regiones -señala el estudio- muestran las más elevadas concentraciones de NO2 de todas las regiones estudiadas, combinadas además con flujos de aire poco eficientes en la dispersión de la contaminación. “Estos resultados -sostiene el investigador- indican que la exposición a largo plazo a este agente contaminante puede ser uno de los más importantes contribuyentes de la mortalidad causada por el virus Covid-19 en estas regiones y quizá en todo el mundo”.
El matrimonio aire sucio-tierra pobre (o contaminación atmosférica+galopante pérdida de riqueza natural, biodiversidad) acabaría traduciéndose así en organismos humanos menos resistentes, más endebles, y, por eso, más expuestos a enfermedades nuevas.
La diversidad genética -explican desde Naciones Unidas- proporciona una fuente natural de resistencia a las enfermedades entre las poblaciones animales. Por ejemplo, la cría intensiva de ganado a menudo produce similitudes genéticas dentro de rebaños y manadas, lo que aumenta la susceptibilidad de estos animales a la propagación de patógenos provenientes de la vida silvestre.
Y al revés, las áreas biodiversas permiten que los vectores transmisores de enfermedades se alimenten de una gran variedad de huéspedes, algunos de los cuales son reservorios de patógenos menos efectivos. Por el contrario -continúa Naciones Unidas-, cuando los patógenos se encuentran en áreas con menos biodiversidad, la transmisión puede amplificarse, como se ha demostrado en el caso del virus del Nilo occidental y la enfermedad de Lyme. Hace apenas unos días, la directora ejecutiva del Pnuma, Inger Andersen, pronunciaba una frase que puede tener mucho de cierto/profético: 2020 -decía- es "un año en el que tendremos que reformar desde la raíz nuestra relación con la naturaleza”.
La década
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, food and agriculture organization) y cientos de socios en todo el planeta están lanzando estos días una iniciativa global “para prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas en todo el mundo durante los próximos 10 años”. Según el Pnuma, la Década de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas 2021-2030 “es una respuesta a la pérdida y degradación de los hábitats y se centrará en la creación de voluntad política y capacidades para restablecer la relación de la humanidad con la naturaleza”.
La Década es, así mismo, “una respuesta directa -continúa el Pnuma- al llamado de la ciencia, tal como se articula en el informe especial sobre El Cambio climático y la tierra del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), y a las decisiones tomadas por todos los Estados miembros de la ONU en las Convenciones de Río sobre cambio climático y biodiversidad y la Convención de las Naciones Unidas de lucha contra la desertificación”. El Pnuma también está trabajando con los líderes mundiales para desarrollar “un nuevo y ambicioso Marco Global de Biodiversidad Post-2020 y llevar los problemas emergentes (como las zoonosis) a la atención de los tomadores de decisiones”.