Que esta legislatura es decisiva podríamos decir que es un tópico. Todas las legislaturas lo son. Pero si en algo es realmente cierto es en transición energética. En los últimos años podemos afirmar que España ha hecho de la transición energética uno de los vectores de transformación de la economía. Más renovables, el diferencial de precios con la UE, más autoconsumo, la excepción ibérica, o el acuerdo sobre el sistema de fijación de precios son buena muestra de ello. Pero el reto está en lo que viene. La transición energética necesita de dos platos: uno el de la aceptación e implicación ciudadana y por otro lado el de una electrificación más intensa. Vamos por partes. El primer plato, el de la aceptación y participación requiere de tres ingredientes: autoconsumo -particularmente el colectivo-, marco jurídico favorable para las comunidades energéticas y marco para el pacto entre renovables y territorio.
El autoconsumo no es sólo fuente de generación, sinó también de empoderamiento. Para que el autoconsumo no se frene se debe garantizar de forma efectiva que el autoconsumo colectivo, aquel que puede tener la gente que vive en un piso o al que puede acceder una pequeña empresa o un comercio, tenga todas las facilidades. No se trata de tener el marco más favorable de la UE, pero si como mínimo lo mismo que el marco más favorable (coeficientes de reparto dinámico, gestor del autoconsumo colectivo , y un marco retributivo a las distribuidoras que garanticen que estas ponen todo el celo para su buen funcionamiento). En este capítulo además se debería avanzar hacia un modelo no sólo de autoconsumo compartido, sino de recursos energéticos distribuidos, donde fuese posible también algo que en el ámbito urbano puede tener aún más desarrollo que el autoconsumo colectivo, como es el almacenamiento distribuido (vinculado a pueblos, manzanas, o comunidades de propietarios).
El segundo ingrediente de la participación es el papel de las comunidades energéticas. Si realmente queremos que este sea un actor relevante, debemos propiciar que estas tengan ventajas respecto a actores preestablecidos en el sector. De hecho, países como Francia acaban de establecer que estas comunidades puedan desarrollar autoconsumo colectivo en radios de 10 kilómetros en el ámbito urbano y 20 km en el ámbito rural. Incluso podríamos establecer en qué condiciones, si cabe exigentes, podrían estas comunidades operar en distribución, acercando la distribución a vecinos y ciudades.
El tercer ingrediente del “plato” de la participación es construir un marco de pacto para el desarrollo renovable. Hasta la fecha, las renovables se han desarrollado en el conjunto del territorio, con una cierta desigualdad de contribución territorial. El escenario que se nos abre, más con un PNIEC revisado, necesita no sólo de la instalación de más potencia, sino que esta se produzca con pacto y retorno al territorio. Ello se traduce en un modelo en que el acceso y conexión se da en función de diferentes criterios, pero uno principal, el del pacto y el retorno al territorio, en una orden de concursos de capacidad que primer más dichos criterios, y donde el desarrollo de las comunidades pueden dar cauce al pacto entre promotor y territorio.
Una vez diseñada la primera parte del menú, me permito sugerir el segundo plato: más y mejor electrificación. Con mercados de agregación y flexibilidad; con un estrategia para quitar el gas del sector doméstico y para una estrategia más intensa en la electrificación de la movilidad. Si vamos a tener más renovables menos gestionables, pero por el momento el acento se ha puesto en los mecanismos por capacidad clásicos (manteniendo el rol de ciclos combinados), así como en el desarrollo de nuevas inversiones en almacenamiento. Pero falta un mayor acento en el el desarrollo de los mercados de flexibilidad y agregación, la gestión de la demanda debe tener un pronto desarrollo, sumada a la mayor capacidad de almacenamiento.
El segundo ingrediente para el plato de la mayor electrificación debería ser el desarrollo de una misión país -en términos de Mariana Mazzucato- de la electrificación de los consumos energívoros basados en la quema del combustible fósil en que es posible su electrificación. Esta misión debería traducirse en la substitución masiva de calderas mayoritariamente de gas (y alguna de gasoil) por sistemas eléctricos -aerotermias, geotermias, hidrotermias- que permitirán dar soluciones térmicas tanto de calor como de frio, pudiendo responder mejor a las olas de calor, y aprovechar con inercias térmicas los momentos de mayor generación renovable.
El tercer ingrediente vinculado a la electrificación, pero también a la transición justa, estaría relacionada con el transporte. En este sentido es fundamental mayor acompañamiento al transporte de mercancías de última milla, al sector del taxi, o la explosión del vehículo eléctrico compartido sea una realidad. Eso debería traducirse en una política de ayudas más intensa a aquellos que utilizan más el vehículo, y que frecuentemente, por sus cortas rentas no se pueden sufragar dicha electrificación -pensemos en el autónomo, dependiente, transportista que apenas llega a final de mes-. Estos sectores, sumados a las plataformas de vehículo eléctrico compartido que tienen un uso del vehículo mucho más intenso que el del uso puntual del vehículo de propiedad deberían tener un mayor acompañamiento.
La propuesta que aquí planteo seguro que tiene carencias y algún vacío. Algunos incluso pensaran que son temas menores o notas a pie de página. Pero a mi entender, sin encarar estos retos, la transición energética que necesitamos podría embarrancar.