“El cambio climático es el asunto más importante que enfrentamos”. Estas palabras tan contundentes no son firmadas por el portavoz de una organización ecologista sino por el propio secretario general de la ONU, António Guterres. La contundencia del mensaje aún es mayor si consideramos que la formación del político lisboeta es de Físicas e Ingeniería Eléctrica. Una formación técnica que no mina un ápice su valoración sobre el cambio climático. Y, a pesar de ello, en 2017 dimos un paso atrás.
El año 2017 vio cómo repuntaban las emisiones de gases de efecto invernadero a niveles récord y, previsiblemente, cerraremos 2018 con un nuevo máximo. Las emisiones, lideradas por China, que cerrará el año con un incremento cercano al 5%, continúan disparadas. Por lo tanto, en el “asunto más importante” lo estamos haciendo mal. Cada vez somos más conscientes de las implicaciones económicas y climáticas de nuestro consumo energético y, a pesar de la reducción de costes de las alternativas limpias, seguimos aumentando nuestras emisiones.
La madurez alcanzada por algunas tecnologías renovables hace que, cada vez, sea más económico llevar a cabo la necesaria transición energética. El comisario europeo de Acción por el Clima y Energía, Arias Cañete, ya reconoció que la reducción de costes de las renovables había sido fundamental para aumentar los objetivos para 2030. Eólica y fotovoltaica son las tecnologías que encabezan la carrera de la competitividad económica, pero en esa maratón que supone la curva de aprendizaje, entrarán después muchas otras tecnologías renovables por la línea de meta.
2018 ha sido el año en el que hemos comenzado a ver nueva potencia renovable. El año en el que numerosos proyectos, que habían estado durmiendo durante la moratoria, han despertado en España. De aquí a 2020 veremos un fuerte aumento de la potencia instalada y, gracias a la nueva regulación, también se animará el autoconsumo. En lo que va de año, el 40,4% de la electricidad ha sido renovable, volviendo a cifras de hace años. No por las subastas de 2016 y 2017, que aún tienen un efecto irrisorio en la producción. El comportamiento, hasta final de noviembre, de la eólica (19,7%), la hidráulica (14,0%), fotovoltaica (3,1%) o solar termoeléctrica (1,9%) han contribuido a que las renovables vayan recuperando el lugar que merecen.
Sin embargo, ni una mejor predisposición del actual Ministerio para la Transición Ecológica, ni la reducción de costes de las tecnologías, permitirán, por sí solos, poner los cimientos sobre los que debe levantarse un cambio de modelo energético sustancial. Es necesario que implementemos una serie de medidas que garanticen que el cambio se produzca y estas medidas pueden resumirse en tres. Para APPA Renovables, estas tres medidas serán nuestros deseos de Año Nuevo.
La primera de las medidas es la seguridad jurídica, algo que en el sector energético nacional aún no conocemos, una seguridad jurídica reclamada a nivel internacional (los tribunales de arbitraje, ya de manera clara, certifican que en España se realizó una injusticia con los inversores). A pesar de que, reiteradamente, los arbitrajes internacionales condenan al Reino de España, seguimos sin tener una solución política para los inversores nacionales y aún carecemos de una regulación estable y predecible que garantice una cosa tan básica como la tasa de rentabilidad razonable sobre la que se calcula la retribución de las plantas renovables.
La segunda medida es una fiscalidad que tenga en cuenta las emisiones. Cuando se deslizó la posibilidad de prohibir los motores de combustión a treinta años vista, muchos sectores pusieron el grito en el cielo. Es cierto que gran parte de nuestra industria y miles de empleos dependen del sector de la automoción. Pero está claro que, sea el motor alimentado con petróleo, biocombustibles o electricidad, en el futuro seguirá habiendo motores y seguirá habiendo vehículos.
Si, en su día, se hubieran incluido los costes reales que la contaminación implica a todos los niveles (enfermedades respiratorias, contaminación ambiental, cambio climático…), quizá hoy tendríamos una industria y unos empleos asociados a las energías renovables que harían palidecer las cifras por las que nos lamentamos.
La Comisión Europea cifra entre 330.000 y 940.000 millones de euros anuales los costes directos e indirectos asociados a la contaminación atmosférica y la Agencia Europea del Medio Ambiente valora en 450.000 las muertes que la deficiente calidad del aire produce cada año en Europa. Solo reflejar todos esos números en nuestra fiscalidad, siguiendo el principio de “quien contamina, paga”, sería suficiente como para no tener que prohibir. Porque las señales de precio serían suficientes.
Por último, y ya de cara a 2019, va nuestro tercer deseo para el Año Nuevo. Este deseo no es otro que el consenso. Consenso entre los distintos partidos políticos para reducir una dependencia energética que supone el 85% de nuestra balanza comercial. Importar todos los años el 99% del petróleo y el 99% del gas supone una debilidad económica clara para nuestro país.
Aun si nos encontrásemos ante un negacionista del cambio climático, que no suscribiera las palabras de António Guterres, no podría negar que España carece de combustibles fósiles. Si fuéramos ricos en ellos, podríamos entender los últimos años de resistencia al cambio. Pero no, somos muy pobres en recursos fósiles. Sin embargo, somos muy ricos en recursos renovables. Buen recurso eólico, el país del Sol, uno de los principales países europeos en recurso biomásico… Somos ricos, y algunos no quieren enterarse. Hagamos una Ley de Cambio Climático y Transición Energética que nazca del consenso, que dure en el tiempo, que dé al sector la estabilidad que hace tiempo esperamos.
Que estos años de aumento de emisiones hayan sido solo el paso atrás para coger fuerza y que, en 2019, las renovables consigan que la balanza se incline a favor de las energías limpias, tan necesarias para la salud del planeta como para la economía española.